El presente estudio hace parte de la obra Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826 del historiador e hispanista inglés John Lynch, de la cual nosotros hemos transcrito lo concerniente al origen y desarrollo de la guerra de independencia en Venezuela, así como también un breve examen del autor sobre los estudios históricos venezolanos.
I. De la Colonia a la República
Venezuela estaba formada en parte por plantaciones, en parte por ranchos. La población y la producción estaban concentradas en los valles de la costa y en los llanos del sur. Dispersados entre las grandes llanuras del interior y las orillas occidentales del lago Maracaibo, cientos de miles de cabezas de ganado vacuno, caballos, mulas y ovejas formaban una de las riquezas permanentes del país y una fuente de exportaciones inmediatas en forma de cueros y Otros derivados animales. Las plantaciones comerciales producían una gran variedad de productos de exportación, tabaco de Barinas, algodón de los valles de Aragua, café de las provincias andinas. En la década de 1790, después de un siglo de expansión económica, estos productos suponían más del 30 por ciento de las exportaciones venezolanas. Pero el producto principal de la economía era el cacao; producido en la zona costera y las estribaciones de la cordillera, el cacao se expandió de manera que llegó a ser más del 60 por ciento del total de las exportaciones.1 Era éste el mundo de los grandes latifundios, cuya fuerza de trabajo le era proporcionada por una trata de esclavos cada vez mayor y por peones vinculados que a veces eran esclavos manumitidos. Venezuela era la clásica economía colonial, con baja productividad y bajo consumo.
Alexander von Humboldt observaba que la aristocracia venezolana era contraria a la independencia, debido a que «no ven en las revoluciones sino la pérdida de sus esclavos»; y añadía que «aun preferirían una dominación extranjera a la autoridad ejercida por americanos de una casta inferior».2 La estructura social estaba sujeta a grandes tensiones. Hacia 1800 la población era de 898.043 habitantes, de los cuales un poco menos de la mitad vivían en la provincia de Caracas. Los 172.727 blancos formaban el 20,3 por ciento de la población, y de éstos solamente 12.000 (1,3 por ciento) eran peninsulares. La mayor parte de la población estaba constituida por negros y pardos, que juntos formaban el 61,3 por ciento del total. El número de pardos era de 407.000 (45 por ciento), y los negros libres eran 33.362 (4 por ciento). Había ochenta y siete mil esclavos negros (9,7 por ciento), y veinticuatro mil esclavos fugitivos (2,6 por ciento).3
Los blancos no eran un grupo homogéneo. En lo más bajo se encontraban los blancos de orilla, artesanos, comerciantes y asalariados, que estaban fusionados con los pardos y se identificaban con ellos. Los blancos pobres tenían poco en común con los grandes latifundistas, los grandes cacaos, propietarios de tierras y esclavos, productores de la riqueza de la colonia, jefes de la milicia colonial. La tierra era su fundamento y su ambición. Los otorgamientos primitivos habían crecido de varias formas, legales e ilegales, hasta formar vastas propiedades, de base familiar o de clan, y que se extendían desde el valle de Caracas al resto de la provincia, por el noroeste hacia Coro y al sur a los llanos, en los valles occidentales y las zonas orientales.4 A mediados del siglo XVIII, el 1,5 por ciento de la población de Caracas monopolizaba todas las tierras cultivables y de pastos en la provincia, aunque las áreas realmente cultivadas eran muy pocas, quizá sólo el 4 por ciento del total.5 A finales del período colonial la aristocracia rural, formada en su mayor parte por criollos, comprendía 658 familias, tenía un total de 4.048 personas, o sea el 0,5 por ciento de la población. Éste era el grupo que monopolizaba la tierra y movilizaba la fuerza de trabajo. Sus miembros habitualmente vivían en la ciudad y se mostraban activos en las instituciones que las prácticas españolas habían abierto para ellos, los cabildos, el consulado y la milicia. «Casi todas las familias con las que habíamos cultivado en Caracas amistad, los Ustáriz, los Tovares, los Toros, se hallaban reunidas en los hermosos valles de Aragua. Propietarios de las más ricas plantaciones, rivalizaban entre sí para hacernos agradable nuestra permanencia», dice Humboldt.6
La aristocracia tural estaba imbuida de una profunda conciencia de clase, nacida de sus estrechos vínculos de clan y agudizada por el conflicto con los españoles, por un lado, y con los pardos, por otro. Como productores de artículos de exportación, los latifundistas querían colocar sus productos directamente en el mercado mundial y procurarse importaciones de fuentes más baratas. Esto hacía que estuvieran resentidos con los monopolistas españoles por el control del comercio ultramarino, pues éstos compraban barato sus exportaciones y vendían caro sus productos importados. Este conflicto de intereses económicos entre terratenientes y comerciantes aumentó el antagonismo político entre los criollos y España; y la representación conjunta del consulado de Caracas, lejos de atenuar esa hostilidad, la hizo resaltar.7 Los productores venezolanos se vieron forzados a esquivar las restricciones monopolísticas: de una u otra manera, vía la metrópoli o vía el contrabando, la creciente producción de las plantaciones buscaba los mercados mundiales de consumo; y para al menos el 50 por ciento de sus importaciones la colonia dependía de proveedores no-españoles. Sin embargo, eficiente o no, el control metropolitano era considerado como un obstáculo al crecimiento. Y a los criollos les faltaban los medios para cambiar la política. Aunque se apropiaban de las posiciones clave en los cabildos y gozaban de las mejores oportunidades en la universidad y en la Iglesia, no podían penetrar en la alta burocracia y en las más importantes instituciones legales. Su frustración era tanto más aguda cuanto que se sentían amenazados por la política sociorracial de la metrópoli y por su aplicación por los tribunales.
Los pardos, o gentes libres de color, estaban marcados por sus orígenes; descendientes de esclavos negros, el grupo comprendía mulatos, zambos y mestizos en general, así como blancos de orilla cuyos antepasados eran sospechosos. En las ciudades trabajaban en los oficios bajos y serviles y formaban un incipiente grupo de trabajadores asalariados; y en otras partes formaban el peonaje rural vinculado a las grandes fincas. Junto con los negros libres suponían casi la mitad de la población total; eran particularmente numerosos en las ciudades, escenarios de una aguda tensión social, «la lucha constante, el choque diario, la pugna secular de castas; la repulsión por una parte y el odio profundo e implacable por la otra».8 Los pardos no eran una clase, sino una masa inestable e intermedia, de límites imprecisos. Pero fueren lo que fueren, alarmaban a los blancos por su número y sus aspiraciones. Los criollos pasaron a la ofensiva y se opusieron al avance de la gente de color, quejándose de la venta de blancura, oponiéndose a la educación popular, y protestando, aunque sin éxito, contra la presencia de pardos en la milicia.9 Consideraban inaceptable «que los vecinos y naturales Blancos de esta Provincia admitan por individuos de su clase para alternar con él a un Mulato descendiente de sus propios esclavos». Argüían que esto sólo podía llevar a la subversión del régimen existente: «el poder que han adquirido los Pardos con el establecimiento de Milicias, dirigidas y regladas por Oficiales de su misma clase en lo económico [. . .] ha de venir a ser la ruina de América, porque no siendo capaces de resistir a la invasión exterior de un enemigo poderoso y sobrando los Blancos para contener la esclavitud y mantener la paz interior del país, sólo sirven aquéllas para fomentar la soberbia de los Pardos dándoles organización, xefes, y armas para facilitar una Revolución».10 En resumen, los criollos se quejaban de la política imperial hacia los pardos: era demasiado indulgente; parecía hecha «para menoscabar la estimación de las familias antiguas, distinguidas y honradas»; era peligrosa por «franquear a los pardos y facilitarles por medio de la dispensación de su baja calidad la instrucción de que hasta ahora han carecido y deben carecer en lo adelante». Los criollos eran gente asustada; temían una guerra de castas, inflamada por las doctrinas revolucionarias francesas y la violencia contagiosa de Santo Domingo.11
Sus presagios se intensificaron por el horror de la agitación y revuelta de esclavos.12 Otra vez la aristocracia criolla perdió la confianza en la metrópoli. El 31 de mayo de 1789 el gobierno español redactó una nueva ley de esclavos, codificando la legislación, clarificando los derechos de los esclavos y los deberes de los amos, y en general intentando mejorar las condiciones de vida de aquéllos. Los criollos rechazaron la intervención estatal entre el amo y el esclavo, y combatieron contra este decreto en base a que los esclavos eran proclives al vicio y a la independencia y esenciales a la economía. En Venezuela —y por supuesto en todo el Caribe español— los plantadores se resistieron a la ley y procuraron su suspensión en 1794.13 Al año siguiente, tanto reformistas como reaccionarios podrían considerar que habían demostrado su posición cuando una revuelta de pardos y de negros convulsionó Coro, el centro de la industria azucarera y base de una aristocracia blanca tan consciente de su clase que «las familias de notoria nobleza y conocida limpieza de sangre viven azoradas aguardando el momento de ver uno de sus individuos imprevisivamente casado con un coyote o con un zambo».14 La revuelta fue dirigida por José Leonardo Chirino y José Caridad González, negros libres influidos por las ideas de la revolución francesa y por la guerra de razas de Santo Domingo. Incitaron a los esclavos y trabajadores de color, trescientos de los cuales se alzaron en rebelión en mayo de 1795, proclamando «la ley de los franceses, la República, la libertad de los esclavos y la supresión de los impuestos de alcabalas y demás que se cobraban a la sazón».15 Ocuparon haciendas, saquearon las propiedades, mataron a cualquier terrateniente que caía en sus manos e invadieron la ciudad de Coro. Esta aislada y mal equipada rebelión fue fácilmente aplastada, y muchos de sus seguidores fueron fusilados sin juicio. Pero fue sólo una chispa de una constante lucha subyacente de los negros contra los blancos en los últimos años de la colonia, cuando los esclavos fugitivos frecuentemente establecían sus propias comunas, alejadas de la autoridad de los blancos.
La élite criolla estaba condicionada por el desorden. Otro movimiento subversivo, lentamente intensificado desde 1794, reclutando pardos y blancos pobres, trabajadores y pequeños propietarios, y dirigido por Manuel Gual y José María España, salió a la superficie en La Guaira en julio de 1797. La conspiración era por «la libertad e igualdad» y los derechos del hombre, y tenía una plan de acción para apoderarse del poder e instalar un gobierno republicano. Su programa incluía la libertad de comercio, la abolición de la alcabala y otros impuestos, la abolición de la esclavitud y del tributo indio, y la distribución de la tierra a los indios; y predicaba la armonía entre blancos, indios y gentes de color, «hermanos en Jesucristo, iguales por Dios».16 Esto era demasiado radical para los propietarios criollos, muchos de los cuales colaboraron con las autoridades en aplastar «aquel infame y detestable plan» y se ofrecieron pata servir al capitán general «no sólo con nuestras personas y haciendas, sino también formar en el momento Compañías armadas a muestra costa».17
Hasta los últimos años del régimen colonial la aristocracia criolla no vio alternativa a la estructura de poder existente y aceptó el dominio español como la más efectiva garantía de la ley, el orden y la jerarquía. Pero gradualmente, entre 1797 y 1810, su lealtad se fue erosionando por las cambiantes circunstancias. En una época de creciente inestabilidad, cuando España ya no podía controlar los acontecimientos ni en su casa ni fuera de ella, los criollos empezaron a considerar que su preeminencia social dependía de conseguir un inmediato objetivo político —tomar el poder en exclusiva en vez de compartirlo con los funcionarios y representantes de la debilitada metrópoli—. Además, la economía venezolana era víctima de las guerras europeas en que estaba metida España y que permitían ver más claramente los fallos del monopolio colonial: la gran escasez y los altos costos de los productos manufacturados y la dificultad en enviar los productos coloniales a los mercados exteriores. El contrabando era la única válvula de salvación, pero también se convirtió en una forma de monopolio en manos de ingleses o de holandeses, y no era una alternativa permanente para la libertad de comercio. Los criollos creían que los monopolistas españoles estaban determinados a mantener su control a toda costa, e incluso después de 1810 continuaron convencidos de que las diversas expediciones enviadas para la «pacificación» de Venezuela eran simples agentes de los intereses de Cádiz, Desde el punto de vista español, por supuesto, ninguno de estos asuntos era negociable: fue su intransigencia lo que persuadió a la mayoría de los criollos de que sus intereses sólo podrían estar seguros con la independencia absoluta. Su determinación fue reforzada por una comprobación cada vez más acusada de que ellos mismos eran mejores guardianes de la estructura social existente que la metrópoli.
Los objetivos políticos quedaron más centrados cuando, en julio de 1808, llegaron noticias de la conquista francesa de España a Caracas. Mientras que la burocracia española se estremecía, un grupo de dirigentes criollos presentó una petición para el establecimiento de una junta independiente que decidiera la posición política de Venezuela.18 Las autoridades cortaron el movimiento, aprisionaron o exiliaron a sus autores, y enseguida hicieron propaganda entre los pardos y las clases bajas de que el poder criollo sería dañino para ellos. Y dominaron los intentos de deponer al capitán general Vicente Emparán el 14 de diciembre de 1809 y el 2 de abril de 1810. Pero no podían controlar los acontecimientos en España. Allí la junta central se disolvió a sí misma en Cádiz, en febrero de 1810, en favor de una regencia. ¿Por qué los americanos tenían que aceptar esas maniobras? La cuestión se planteó en todas las colonias españolas. Pero Venezuela escuchó primero y entró en acción el 19 de abril de 1810. Como el capitán general continuaba negándose a colaborar en la creación de una junta autónoma, los revolucionarios tomaron el asunto en sus manos. Mientras jóvenes activistas movilizaban a una muchedumbre en la plaza mayor de Caracas, el cabildo se reunió independientemente de las autoridades españolas y se le unieron revolucionarios criollos representando intereses diversos.19 Depusieron y deportaron a la administración y a la audiencia, y convirtieron al cabildo en el núcleo de un nuevo gobierno de Venezuela, la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII.20
La junta representaba a la clase dominante criolla, pero esta clase no hablaba con una sola voz. Estaba dividida entre conservadores y radicales, entre autonomistas que querían un gobierno bajo la corona española e independentistas que exigían una inmediata ruptura con España.21 Al principio, los conservadores fueron en ascenso, y fueron ellos quienes prohibieron la entrada al veterano revolucionario Francisco de Miranda, un hombre cuya familia era socialmente sospechosa, el conspirador de 1806, el «traidor» de la abortada invasión de 1806, el ateo excomulgado.22 La primera legislación de la junta fue una versión del interés propio liberal: abolió los derechos de exportación y la alcabala en los productos de consumo esenciales; decretó la libertad de comercio; y proscribió la trata de esclavos (aunque no la esclavitud). Luego convocó elecciones en todas las ciudades bajo su dominio, con derecho al sufragio restringido a los adultos (edad mínima, veinticinco años) que poseyeran no menos de dos mil pesos en propiedad mobiliaria. El congreso nacional se reunió el 2 de marzo de 1811, con treinta y un diputados de siete provincias, todos ellos de familias terratenientes y la mayor parte favorables a la posición «autonomista». El congreso remplazó la junta por un nuevo ejecutivo formado por tres miembros rotatorios, un consejo consultivo y un tribunal supremo.
A Miranda le fue permitido volver a Venezuela en diciembre de 1810 merced a la influencia de Simón Bolívar. Estos hombres eran dirigentes de un pequeño grupo radical que exigía la independencia absoluta. Operaban desde dentro de la Sociedad Patriótica, una organización fundada en agosto de 1810 para el desarrollo de la agricultura y la ganadería, pero pronto transformada en un club político y un grupo de presión pro-independencia. Los miembros de esta sociedad eran casi exclusivamente los del congreso, aunque los criollos hicieron un gesto en favor de la democracia permitiendo a algunos pardos que asistieran a las reuniones. El hecho es que los radicales, no menos que los conservadores, eran partidarios sobre todo del avance de los intereses criollos, pero creían que éste podía ser mejor servido con la independencia nacional. El propio Bolívar proclamó su opinión en la reunión del congreso del 4 de julio de 1811: «La Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación; pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos».23 Era un llamamiento sugestivo. La independencia se declaró el 5 de julio y nació la primera república venezolana.24 Vivió un año.
El concepto criollo de la mueva sociedad se reveló en la constitución de diciembre de 1811, una constitución fuertemente influida por la de los Estados Unidos, escrupulosamente federal, con un poder ejecutivo débil, y jerárquica en sus valores sociales.25 Éstos habían sido primeramente anunciados por el congreso en su declaración de los «Derechos del Pueblo» (1 de julio de 1811): «Los ciudadanos se dividirán en dos clases: unos con derecho a sufragio, otros sin él. [. . .] Los que no tienen derecho a sufragio son los transeúntes, los que no tengan la propiedad que establece la Constitución; y éstos gozarán de los beneficios de la ley, sin tomar parte en su institución».26 La constitución, es cierto, establecía «la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad». Y era igualitaria en el sentido de que abolía todos los fueros y todas las expresiones legales de discriminación sociorracial: «quedan revocadas y anuladas en todas sus partes las leyes antiguas que imponían degradación civil a una parte de la población libre de Venezuela conocida hasta ahora bajo la denominación de pardos».27 Pero la igualdad legal era reemplazada por una desigualdad real basada en el sufragio, que limitaba los derechos de voto y de entera ciudadanía a los propietarios.28 Para los pardos, por tanto, era una ilusión de igualdad. Y los esclavos continuaron siendo esclavos. La constitución confirmó la supresión de la trata de esclavos, aunque conservando la esclavitud. Los nuevos gobernantes, efectivamente,
ordenaron el establecimiento de «patrullas o guardias nacionales para la aprehensión
de esclavos fugitivos, los cuales, visitando y examinando con frecuencia los repartimientos, haciendas, montes y valles, harán que se guarde el debido orden en esta parte de nuestra población destinada a la cultura de las tierras, embarazando que se separen de ella por capricho, desaplicación, vicios u otros motivos perjudiciales a la tranquilidad y a la verdadera riqueza del país».29 El mensaje criollo era inequívoco y llegó pronto a los negros y a los pardos.
De este modo, la independencia despertó y coartó esperanzas. Así, los negros combatieron en su propia revolución, «insurrección de otra especie», como la describió un funcionario español. Los realistas estaban preparados para explotar la situación. El arzobispo de Caracas dio instrucciones al clero en las zonas de plantación para que predicaran a los esclavos sobre las ventajas del gobierno español comparado con el dominio de los terratenientes criollos.30 Agentes realistas hicieron agitación en la zona costera provocando y apoyando la insurrección negra. Los líderes criollos como Bolívar quedaron horrorizados por «la revolución de los negros, libres y esclavos, provocada, auxiliada y sostenida por los emisarios de Monteverde. Esta gente inhumana y atroz, cebándose en la sangre y bienes de los patriotas, [. . .] marchando contra el vecindario de Caracas, cometieron en aquellos valles, y especialmente en el pueblo de Guatire, los más horrendos asesinatos, robos, violencias y devastaciones».31 Los esclavos, por supuesto, eran criaturas de la sociedad que los alimentaba o los compraba, y parecen haber combatido menos por su libertad que por esclavizar asus amos; alternativamente masacraban a los blancos o destruían sus propiedades. El resurgimiento de la violencia racial enajenó a la mayor parte de los criollos de la causa de la abolición y a muchos de ellos de la causa de la independencia. Las filas realistas empezaron a crecer.
La oposición realista a la primera república se centró en Coro, Maracaibo y Guayana.32 Y en Valencia los pardos, heridos por la negativa a concederles la plenitud de derechos de la ciudadanía, se alzaron contra los blancos y rechazaron vigorosamente a las fuerzas del marqués de Toro hasta que el propio Miranda tomó el mando y redujo la ciudad a la capitulación (13 de agosto de 1811). Mientras que los realistas combatían sin piedad y sin escrúpulos, los líderes del congreso eran víctimas de sus prejuicios sociales; inflexibles hacia las gentes de color, fueron demasiado blandos con los realistas y dejaron a la mayor parte escapar y reagruparse.
La república ya se tambaleaba en su débil base cuando sufrió una serie de ataques externos. El 26 de marzo un gran terremoto golpeó a Venezuela; desde los Andes hasta la costa «a aquel ruido inexplicable sucedió el silencio de los sepulcros». En Caracas, donde la destrucción y las pérdidas fueron muy altas, Bolívar fue visto luchando para rescatar a las víctimas de entre los escombros y gritando: «Si se opone la Naturaleza, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca».33 Pero también tenían que luchar contra la Iglesia, porque la catástrofe fue aprovechada por el clero realista para decir en sus prédicas que aquello era un castigo de Dios por la independencia.
En el mismo mes, el capitán Domingo Monteverde avanzó desde Coro a la cabeza de tropas realistas con refuerzos procedentes de Puerto Rico. Pronto, sin ninguna batalla importante, reconquistó toda la Venezuela occidental. La república reaccionó ante esos desastres nombrando a Miranda comandante en jefe con poderes dictatoriales. Pero el anciano revolucionario, pomposo y pedante, fracasó por su falta de ideas y de resolución, no pudiendo contener la marea realista que anegaba la república. En 3 de mayo Monteverde entró en Valencia con la connivencia de los habitantes. En los llanos el líder guerrillero Boves se unió a la causa realista. A principios de julio, Bolívar perdió Puerto Cabello. Y Miranda completó la desmoralización de la república. Abrió negociaciones con Monteverde, y a cambio de la promesa de respetar las vidas y las propiedades de los patriotas capituló el 25 de julio de 1812. Los líderes revolucionarios se pusieron furiosos; arrestaron a Miranda en La Guaira antes de que pudiera dejar Venezuela y permitieron que fuera capturado por los españoles. Entretanto, mientras la «República Boba» moría en medio de coléricas recriminaciones, Monteverde entraba en Caracas en triunfo y establecía lo que llamó «la ley de la conquista». El «ejército» conquistador estaba formado por menos de trescientos soldados.34
La primera república se vio estorbada por la estructura social de
la colonia. Los realistas combatían por el antiguo orden. Los independentistas combatían por la supremacía criolla. Los pardos y los esclavos luchaban por su propia liberación. De este modo hubo diversos movimientos y cada uno se enfrentó o explotó al otro. Estas divisiones crearon unas circunstancias propicias para la restauración
del poder real.
II. Guerra a Muerte
Monteverde era un demagogo ambicioso y sin escrúpulos. Apenas se había secado la tinta de las capitulaciones cuando empezó a llenar las cárceles de patriotas y a confiscar sus propiedades. Pronto las fortalezas de Puerto Cabello y de La Guaira estuvieron llenas de independentistas y de muchos que simplemente eran sospechosos. El caudillo basó su dominio en los criollos de las clases altas, el clero realista y sus presuntuosos compatriotas, los canarios; se llevaron a cabo muchos ajustes de cuentas personales y muchas propiedades cambiaron de manos. Pero esta dictadura militar no ayudó a España. Se enajenó a la legítima burocracia española y ultrajó a los realistas moderados por su avaricia y crueldad.35 Y la contrarrevolución preparó su propia destrucción. Por un lado fortaleció la formación de una conciencia nacional entre las víctimas criollas. Al mismo tiempo, una vez que se quitó la máscara de la benevolencia racial, fue claro para pardos y esclavos que el realismo no tenía nada que darles. No habían combatido contra la república aristocrática simplemente para poner en su lugar a unos nuevos opresores. Los esclavos se rebelaron una vez más; en Curiepe se armaron con estacas, machetes y cuchillos y marcharon sobre La Guaira. Los pardos de la costa conspiraron en noviembre de 1812 en un vano intento de derribar la dictadura. Bandos de llaneros insurgentes, peones y otros grupos marginales continuaron sus acciones guerrilleras, inspirados por un duradero odio a los propietarios blancos. Estos semibandidos, semirrevolucionarios, no beneficiaban a la economía; saqueaban el campo y aterrorizaban a la población. Pero cumplían dos servicios esenciales a la causa revolucionaria. Proporcionaron una fuente de reclutas para las fuerzas republicanas cuando los líderes patrióticos renovaron la lucha. Y su supervivencia demostró a los criollos que la restauración del poder real no era garantía de orden social.
Los dirigentes republicanos que consiguieron escapar de la redada de Monteverde huyeron hacia las Antillas o Nueva Granada, o pasaron a la clandestinidad. Bolívar fue a Cartagena y allí revisó la situación.
Simón Bolívar era un producto de la aristocracia criolla, nacido (24 de julio de 1783) de una de las más ricas y poderosas familias de la colonia, propietarios de haciendas de cacao, plantaciones de algodón, ranchos ganaderos, molinos de azúcar, varias casas en Caracas y, por supuesto, un gran número de esclavos.36 Empezó su vida de adulto con una gran fortuna personal en capital y en propiedades, y fue un miembro distinguido, aunque no representativo, de la clase terrateniente. Era de estos intereses de los que hablaba cuando denunció la servidumbre de los americanos, su exclusión de los cargos públicos y del comercio, su papel como productores de materias primas y consumidores de manufacturas españolas.37 Pero Bolívar superaba a su clase en conocimientos, juicio y capacidad. Su educación liberal, sus amplias lecturas y extensos viajes por Europa aumentaron su innato idealismo y abrieron nuevos horizontes a su mente, en particular a las virtudes políticas inglesas y al pensamiento de la Ilustración europea. Hobbes y Locke, los enciclopedistas y philosophes, especialmente Montesquieu. Voltaire y Rousseau, dejaron una profunda impresión en su mente y le imprimieron una devoción a la razón, la libertad y el orden, que le duró toda la vida. Aliadas a su propia originalidad, estas influencias externas confirieron a su pensamiento una calidad intelectual y una riqueza ideológica rara entre los americanos, particularmente entre los hombres de acción. Bolívar también se separaba de su clase por su agudo sentido político. Vio que la estrategia de la emancipación tenía que cambiar, que no se podía conseguir la victoria sin un gran apoyo popular. Libertó a sus propios esclavos, ofreció la libertad a todos aquellos que se unieran a las fuerzas patrióticas, y prometió a los llaneros la tierra arrebatada al enemigo. Aunque nunca consiguió un apoyo de masas para la emancipación, sí extendió el movimiento más allá de la estrecha base de la primera república. En cuanto a la religión, jugó un papel muy pequeño en su vida, y la fe tradicional de los americanos lo dejaba indiferente. Según O’Leary, su edecán y confidente, Bolívar era «un completo ateo» que creía que la religión era necesaria solamente para gobernar.38
El propósito básico de Bolívar era la libertad, «único objeto digno del sacrificio de la vida de los hombres»; y junto a esto, igualdad —es decir, igualdad legal— para todos los hombres, cualquiera que fuese su clase, creencia o color. En principio era demócrata y creía que los gobernantes deberían ser responsables ante el pueblo: «Nadie sino la mayoría es soberana. Es un tirano el que se pone en lugar del pueblo; y su potestad, usurpación».39 Pero Bolívar no era tan idealista como pata imaginar que América estaba preparada para la democracia pura, o que la ley podía anular las desigualdades de la naturaleza y de la sociedad. Consumió su vida entera desarrollando sus principios y aplicándolos a la realidad americana. La primera etapa de su desarrollo se inició en Cartagena donde, a la edad de veintinueve años, dio rienda suelta a su intelecto y expuso sus visiones.
El «Manifiesto de Cartagena», la primera importante declaración de las ideas de Bolívar, analizaba las fallas de la primera república y hacía una indagación en sus supuestos políticos.40 Las razones de su fracaso, decía, residían en la adopción de una constitución mal adaptada al carácter de la gente, excesivamente tolerante hacia el enemigo, mal dispuesta areclutar fuerzas militares, alaincompetencia financiera que llevó a la emisión de papel moneda, al fanatismo religioso desencadenado por el terremoto y al faccionalismo que subvirtió a la república desde dentro. Las elecciones populares, sostenía, permitieron a los ignorantes y a los ambiciosos opinar y pusieron el gobierno en manos de ineptos e inmorales que introdujeron el espíritu de facción. Así, «nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud». Pueblos tan jóvenes, tan inexpertos ante el gobierno representativo y la educación, no podían ser inmediatamente transformados en democracia; su sistema de gobierno no podía avanzar más allá de las realidades sociales. Insistió en la unidad y en la centralización; «un terrible poder» se necesitaba para derrotar a los realistas y las susceptibilidades constitucionales eran irrelevantes hasta que la paz y la felicidad fueran restauradas. Éste fue el principio de su permanente oposición al federalismo, al que consideraba débil y complejo, cuando lo que necesitaba América era unidad y fuerza. Bolívar apeló también a la colaboración continental; y escribió al congreso de Nueva Granada requiriéndole a que ayudara a la liberación de Venezuela. La reconquista de este país, urgía, es esencial para la seguridad de la revolución americana. Si el realismo en Coro llevó a la caída de Caracas, ¿no podía la contrarrevolución en Venezuela dañar a toda América? «Coro es a Caracas comoCaracas es a la América entera».41
Los servicios militares de Bolívar en Nueva Granada le proporcionaron crédito en el congreso, y le permitieron conseguir una base en la frontera y reclutar un ejército de invasión. Era un ejército pequeño —no más de setecientos hombres— y sus posibilidades dependían de golpear en el corazón del poder realista antes que Monteverde pudiera concentrar sus desperdigadas fuerzas. Bolívar, en consecuencia, se movió rápidamente de Nueva Granada a lo largo de la ruta más corta hacia Caracas. Entre mayo y agosto de 1813, en una serie de acciones relámpago, libertó Mérida, Trujillo, Barquisimeto y Valencia. Su victoria fue tan completa que pudo entrar en Caracas en triunfo el 6 de agosto y establecer una dictadura en la práctica.42 Mientras que Bolívar avanzaba por el oeste, Santiago Mariño, un caudillo menor del este, dirigía la liberación de Cumaná. Así, con la excepción de Maracaibo y de Guayana, Venezuela estaba ahora en manos de los patriotas. Bolívar ya había sido aclamado como libertador a su entrada en Mérida el 23 de mayo. Y con sus éxitos militares respaldándole, estaba en posición de dictar una política. Estaba decidido a evitar los errores de la primera república. Habló de «restablecer las formas libres del Gobierno Republicano», pero en realidad buscaba un nuevo y vigoroso poder ejecutivo; éste lo consiguió el 2 de enero de 1814, cuando una asamblea representativa le otorgó poderes supremos. Y a despecho de las reservas de la aristocracia venezolana, que lo consideraba un tirano y quería frenarlo reforzando los cabildos y el poder judicial, estableció una dura línea revolucionaria de gobierno y una política sin merced hacia los españoles.
La guerra de liberación en Venezuela fue cruel, destructiva y total. Esto refleja la inseguridad que sentía cada bando, pues ninguno tenía la preponderancia de poder o podía impedir que el otro creciera. Monteverde intentó desequilibrar la balanza a su favor aterrorizando a la población y permitiendo que sus subordinados mataran a los civiles al igual que a los beligerantes. En ninguna parte llegó tan lejos la crueldad de los españoles como en Maturín y nadie hubo más monstruoso que el oficial Antonio Zuazola, que quemaba, mutilaba y asesinaba indiscriminadamente, un «hombre detestable», como le llamaba Bolívar, que destruía los fetos en los vientres de las madres, «con más impaciencia que el tigre devora su presa».43 Las atrocidades fueron cometidas por ambas partes, inevitablemente, pero fue Monteverde quien primero aplicó la «ley de conquista». En opinión de Bolívar el enemigo combatía en una no declarada guerra de exterminio, asesinando a prisioneros cuyo único crimen era combatir por la libertad. Creía que los patriotas estaban en desventaja y que no podían mantener durante mucho tiempo una guerra civilizada con los españoles. Se resolvió por una nueva política: guerra a muerte, perdonando sólo a los americanos, para dar a los patriotas paridad de condiciones. «Nuestra bondad se agotó ya, y puesto que nuestros opresores nos fuerzan a una guerra mortal, ellos desaparecerán de América y nuestra tierra será purgada de los monstruos que la infestan. Nuestro odio será implacable y la guerra será a muerte».44 El 15 de junio de 1813, en el celebrado decreto promulgado en Trujillo, Bolívar aclaró aún más su posición:
Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por dos medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, castigado como traidor a la patria y en consecuencia será irremisiblemente pasado por las armas. [. . .] Españoles y Canarios, contad con la muerte aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América, Americanos, contad con la vida aun cuando seáis culpables.45
La excepción era significativa. Era ésta una guerra civil, en la cual los americanos predominaban en los dos lados. Y Bolívar no podía permitirse una guerra a muerte con los venezolanos, incluso en el supuesto de que fueran realistas: «No es justo destruir a los hombres que no quieren ser libres».46 Ni había posibilidad de hacerlo. El decreto de Trujillo distinguió despiadadamente entre españoles y americanos; intentaba aislar categorías como realismo y republicanismo y hacer de la guerra una guerra entre naciones, entre España y América. Hasta cierto punto el decreto de guerra a muerte era una afirmación de americanismo, una expresión de la identidad venezolana. Más sencillamente, intentaba aterrorizar a los españoles para someterlos y estimular el apoyo criollo a la independencia. En realidad no pudo cumplirlo.
A principios de 1814 se había establecido la segunda república y parecía segura. Monteverde había sido expulsado de la base realista de Puerto Cabello, y más victorias en el este y el oeste consolidaron la revolución. Pero 1814 empezó con sangrientas batallas y terminó con una amarga derrota. Las razones eran familiares. La base de la segunda república no era más extensa que la de la primera. La causa de la emancipación todavía no había ganado el corazón y los espíritus de todos los venezolanos: «La mayor parte de las fuerzas españolas —cuenta O’Leary— se componían de venezolanos, lo que era para Bolívar motivo de no poca aflicción [. . .] la sangre americana derramándose por manos americanas». Y Bolívar confesaba su humillación, «que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros».47 Divididos entre sí, los criollos eran también rechazados por las masas populares. Despertaban las sospechas de las clases bajas y la oposición de dos grupos particulares, los esclavos y los llaneros. Las rebeliones de esclavos de la primera república seguían asustando a la aristocracia venezolana, que no estaba dispuesta a conceder ninguna manumisión o reforma. Cuando el ejército libertador ocupó Caracas en agosto de 1813, identificó a los esclavos como el mayor foco de resistencia y envió una expedición de castigo contra ellos. Y los hacendados presionaban sobre Bolívar para que restableciera la guardia nacional, «con el fin de perseguir ladrones, aprehender prófugos y conservar los territorios libres de toda invasión».48 De este modo, los esclavos continuaron su propia lucha autónoma, independiente tanto de los españoles como de los criollos. Fuerzas de color con conciencia de raza combatieron en ambos bandos, por oportunismo, no por convicción. Y buscaban constantemente a los blancos de la fuerza contraria para exterminarlos. Después de un encuentro con una unidad realista el 6 de septiembre de 1813, un oficial patriota informó: «Se nota que los muertos [26] son blancos, indios y zambos, con sólo un negro, y cara a cara hemos visto que los menos son negros, de lo que puede el Gobierno hacer las reflexiones que le sean más favorables a nuestra tranquilidad».49 Los esclavos negros podían destruir pero no podían vencer. Como los negros en general, estaban desorganizados y sin dirigentes. No así los llaneros.
En el sur un nuevo dirigente realista azotaba a la revolución: José Tomás Boves, un asturiano que había sido atraído a Venezuela como marinero y contrabandista. Después de un encuentro con la justicia se retiró a los llanos y se convirtió en traficante de caballos en Calabozo.50 Cuando empezó la revolución, el fuerte, astuto y sádico español ya se había identificado totalmente con su nuevo ambiente, las grandes llanuras de Venezuela. Las vastas extensiones de pastos, quemadas por el sol en la estación seca, y en la húmeda convertidos por la lluvia en insalubres pantanos y lagos, era el hogar de una casta salvaje y guerrera, una mezcla racial de origen indio, blanco y negro, endurecida por el salvaje medio y con capacidad de un gran aguante a caballo. Insultado por los patriotas en 1812, Boves se convirtió en el caudillo de los llaneros y los convirtió en una fuerza de caballería poderosa. Durante el año de 1814 dirigió sus hordas montadas contra la república, y el 15 de junio derrotó a las fuerzas combinadas de Bolívar y Mariño en la batalla de La Puerta, sin coger a nadie prisionero y reduciendo las filas patrióticas en un millar de hombres. Continuando su progresión hacia el norte, entró en Valencia el 10 de julio y el 16 estaba en Caracas; allí estableció una cruda tiranía antes de proseguir la marcha hacia Cumaná. Extendió el terror y el crimen, supervisando personalmente la matanza de hombres, mujeres y niños, moviéndose de acá para allá entre la carnicería con su peculiar sonrisa siniestra.51 Derrotó a los patriotas en el este el 5 de diciembre, en una batalla en la cual fue muerto de un lanzazo. Pero Boves y sus llaneros habían destruido la segunda república.
¿Cuál era el atractivo de Boves? ¿Cómo reclutaba sus tropas? ¿Era un auténtico caudillo populista, un reformador agrario? En la proclamación de Guayabal (1 de noviembre de 1813) Boves decretó la guerra a muerte contra sus enemigos criollos y la confiscación de sus propiedades.52 Pero el asesinato de los prisioneros era común a ambos bandos. También lo era el pillaje. El decreto significaba simplemente que Boves, como otros líderes militares, realistas o republicanos, tomaba las propiedades de sus enemigos para financiar el esfuerzo de guerra y pagar a sus seguidores. Sus seguidores, es cierto, eran gentes de color, y eran las propiedades de los blancos las que les prometía. Así, una poderosa mezcla de raza y de recompensas animaba a los llaneros, y dio sus tropas a Boves y a otros caudillos realistas. Pero el propio Boves actuaba por objetivos militares, no sociales. Y aunque distribuía botín entre sus tropas no hay pruebas de que distribuyera tierras.53 En los llanos la reforma agraria no era problema. La población era escasa, desperdigada en infinitas distancias; y la actividad agrícola era limitada. En el período colonial gran parte del ganado era «libre», esto es, salvaje y sin propietarios. Y los llaneros no eran tan ganaderos como cazadores. Aquí la riqueza era más el ganado que la tierra, y era al ganado más que a la tierra a lo que los llaneros necesitaban acceder. Pero en 1811 la primera república publicó sus «Ordenanzas de llanos», que intentaban consolidar y proteger la incipiente propiedad privada en la región.54 Las nuevas leyes imponían una multa y cien azotes a cualquiera que violara la propiedad privada; esto significaba que los llaneros no podrían cazar o rodear el ganado si no era con la licencia escrita de los propietarios de la tierra en cuestión. La intención era asociar la propiedad del ganado con la propiedad de la tierra, eliminar los usos comunes y promover la extensión de la propiedad privada en los llanos, asignando el ganado solamente a los ganaderos y rancheros.55 Al mismo tiempo, las nuevas leyes intentaban reducir a los libres llaneros a la situación de peones semiserviles, obligándoles a registrarse, allevar una tarjeta de identidad, apertenecer aun rancho, dependiendo de la voluntad del patrón; cualquiera encontrado sin empleo era condenado, en caso de ser por segunda vez, a un año de prisión, mientras que a los cuatreros se les condenaba a muerte.
No está claro cómo fue aplicada esta legislación. Pero su mensaje era bastante claro: anunciaba la política agraria de los líderes republicanos, de los terratenientes y de los rancheros. Pero las fuerzas que intentaban contener explotaron contra ellos. Ésta fue la razón por la cual los llaneros se unieron a Boves contra la república: para combatir por su libertad y por su ganado. Los republicanos les habían hecho un regalo a sus enemigos. Porque el propio Boves no era un reformador. Cuando ocupó Caracas no lo hizo como un jefe guerrillero, sino como un hombre que representaba el poder real, un general que combatía para destruir la república en colaboración con los defensores principales del orden colonial. Ya no distribuyó más mercancías confiscadas al enemigo; éstas ahora se vendieron para el Real Tesoro y para el esfuerzo de guerra. Y los beneficios no iban destinados a los llaneros sin propiedades, sino a los que especulaban con propiedades secuestradas, a los criollos realistas y a los comerciantes extranjeros. En realidad, Boves no atacó a la propiedad privada como tal; mientras saqueaba a los republicanos, intentaba proteger las propiedades realistas y eclesiásticas de sus hordas. Pero fueran cuales fueran los objetivos de Boves, el hecho es que el odio de clase dominaba a los llaneros que le siguieron en la contrarrevolución de 1814 horrorizando a la aristocracia criolla y confirmándola en su resolución de conseguir el poder político para sí misma.
Esto, sin embargo, a finales de 1814, parecía una posibilidad lejana. En julio Bolívar dejó Caracas y se retiró hacia el este, a Barcelona, seguido por una masa de patriotas que huían del terror de los llaneros. En Carúpano, Bolívar y Mariño estuvieron realmente detenidos por dos ambiciosos republicanos, Piar y Ribas, pero con el tiempo, el 8 de septiembre, consiguieron embarcar para Cartagena. Todo lo que quedaba de la revolución era un núcleo de resistencia guerrillera.
III. La revolución vive
En 1814 Fernando VII volvió a España y restauró un crudo absolutismo. Para América también su política fue la bancarrota de las ideas y de la imaginación. Allí la restauración significaba la reconquista y la vuelta a la situación colonial. El 16 de febrero de 1815 salió de Cádiz una fuerza expedicionaria bajo el mando del general Pablo Morillo, un veterano de la guerra de independencia española. Su destino original, el Río de la Plata, fue cambiado en favor de Venezuela, el punto central de la revolución y de la contrarrevolución, desde el cual Nueva Granada podría ser reconquistada, Perú reforzado, y abierto el camino hacia el Río de la Plata y Chile. En tres siglos ésta era la mayor expedición que España mandaba a América: cuarenta y dos buques de transporte, cinco barcos de guerra de escolta, y alrededor de diez mil soldados. Pero la cantidad era mayor que la moral. La reconquista de América no era una causa popular
en España, y ni las tropas ni los oficiales querían arriesgar sus vidas en América, y menos aún en Venezuela, donde el medio ambiente y los combates eran especialmente crueles.56 Pronto entraron en acción, y al principio su número y su profesionalismo prevalecieron. En abril de 1815 Morillo ocupó Margarita antes de entrar en el continente. En mayo entró en Caracas, «para perdonar, recompensar y castigar». Y en julio se dirigió hacia Nueva Granada, donde, en una rápida e implacable campaña, completó la reconquista en octubre de 1816.
El rey español hablaba piadosamente de perdón y de reconciliación. Pero la matanza había sido demasiado grande; los criollos habían perdido vidas y propiedades, los pardos habían avanzado.57 El reloj no podía detenerse, y la contrarrevolución se impuso
como una violenta reconquista. Muchos patriotas fueron castigados; algunos, ejecutados. Y Morillo necesitaba dinero y abastecimientos. En diciembre de 1814 ordenó el secuestro y venta de propiedades de rebeldes, y éstos fueron definidos con suficiente amplitud como para incluir a líderes, partidarios, seguidores pasivos y emigrantes.58 Una junta de secuestros vendió para el Real Tesoro más de quince millones de pesos de propiedades. En 1815 alrededor de trescientas haciendas fueron cogidas a los rebeldes criollos, muchas de las cuales pertenecían a los Toro, Tovar, Mijares, Palacios, Blanco, Ibarra y Machado. El propio Bolívar perdió siete haciendas. Más de los dos tercios de las familias terratenientes de Venezuela sufrieron pesadas confiscaciones.59 Ésta no eta la manera de reconciliarse con la aristocracia venezolana.
En corto término la reacción española había triunfado, y 1816 fue el año más negro de la revolución en Venezuela y en toda América. Pero al final, en Venezuela como en otras partes, la contrarrevolución fue contraproducente.
En el sombrío exilio, Bolívar mantuvo su fe en la revolución. Después de seis meses de servicio militar en Nueva Granada, volvió en mayo de 1815 a Jamaica. Allí intentó interesar a Gran Bretaña en la causa de la independencia. Y allí escribió su famosa Carta de Jamaica (6 de septiembre de 1815), un mordaz ataque al sistema colonial español, una crítica del fracaso revolucionario, y una expresión de esperanza en el futuro.60 Volvió con una mayor urgencia a su tema permanente: la necesidad de un gobierno central enérgico. Los americanos, decía, estaban poco preparados para la libertad: «Se nos vejaba con una conducta que, además de privarnos de los derechos que nos correspondían, nos dejaba en una especie de infancia permanente con respecto a las transacciones públicas». La inexperiencia política hacía difícil a los americanos organizar su independencia o beneficiarse de las instituciones liberales. Se establecieron juntas populares, que a su vez convocaron congresos; se establecieron gobiernos democráticos y federales; las elecciones hicieron nacer partidos, «y estos partidos nos tornaron a la esclavitud». Concluía: «Los acontecimientos de la Tierra Firme nos han probado que las instituciones perfectamente representativas, no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales». La revolución necesitaba poder y unidad. Pero primero necesitaba arraigar de nuevo. Jamaica no era una base para una invasión de Venezuela; y Cartagena había caído en poder de Morillo. Así, el 19 de diciembre de 1815 Bolívar dejó Jamaica por Haití. El presidente de esa república negra, Alexandre Pétion, le dio una ayuda importante a cambio tan sólo de la promesa de que el libertador dejaría en libertad a los esclavos en Venezuela.61 La primera invasión del continente (mayo-agosto de 1816) fue un ignominioso fracaso. Pero una segunda expedición, que desembarcó en Barcelona el 31 de diciembre de 1816, inauguró lo que Bolívar llamó el tercer período de la república. Y esta vez la república no se redujo a la costa.
Bolívar condujo a sus hombres hacia el sur por Guayana. Era ésta una nueva y visionaria estrategia: poner la base de la revolución bien adentro del hinterland, entre las grandes llanuras del Orinoco, impenetrables por su vastedad, grandes ríos y pantanos con malaria, una gran barrera contra la derrota, un trampolín para los ataques, y una fuente de riqueza por sus ricas reservas de ganadería.62 Pero Bolívar tenía que combatir en dos frentes, contra rivales de dentro al igual que contra los realistas de fuera, contra los civiles a los que disgustaba su militarismo y militares que discutían su estrategia. Algunos de sus antiguos comandantes, Santiago Mariño, Francisco Bermúdez y Manuel Piar, animados por ambiciones particularistas, estaban mal dispuestos a reconocer el mando de un hombre cuyos grandiosos planes habían sufrido un colapso, mientras que ellos habían mantenido viva la resistencia en el este.63 De todos estos caudillos republicanos, el general Piar representaba la principal amenaza contra Bolívar, en parte debido a su capacidad militar y en parte a que, siendo un pardo, su ambición estaba coloreada por una aguda conciencia de raza. Según un cronista realista, «Piar era uno de nuestros más temibles enemigos. Valiente, audaz, con talentos poco comunes y con una gran influencia en todas las castas por pertenecer a una de ellas, era uno de aquellos hombres de Venezuela que podían arrastrar así la mayor parte de su población y de su fuerza física».64 Piar ya había empezado a expulsar a los realistas de Guayana cuando se le unió Bolívar en abril de 1817 en el sitio de Angostura. En julio y agosto los realistas se retiraron de la provincia, dejando a Bolívar como dueño de las llanuras del Orinoco.65 ¿Pero era el dueño de la tercera república? Piar fue la prueba. Conspirando contra Bolívar, intentó colocarse a la cabeza de la población de color y establecer contacto con el movimiento separatista de Mariño en el este. Fue capturado, juzgado y, el 16 de octubre, fusilado como conspirador, rebelde y desertor. Bolívar calculó con todo cuidado al ejecutar a Piar. Como observó O'Leary: «El General Mariño, sin duda, mereció la misma suerte que Piar, pero era menos peligroso que él, y bastaba un solo ejemplar».66 En realidad, la ejecución de Piar volvió a Mariño a la obediencia. Pero la preocupación de Bolívar era más profunda que eso: en Venezuela una propaganda racial divisora era demasiado explosiva para ser tolerada. Ése era el peligro de Piar.
La república no podía seguir ignorando los problemas raciales o manteniendo aparte a las fuerzas populares. El propio Bolívar, el más audaz e idealista de los criollos, vio la necesidad de fusionar las rebeliones de los criollos, de los pardos y de los esclavos en un gran movimiento. Se consideraba libre de prejuicios raciales; combatía por la libertad y la igualdad. Ésta era la esencia de la independencia: «La igualdad legal es indispensable donde hay desigualdad física». La revolución debería corregir el desequilibrio impuesto por la naturaleza y el colonialismo: antes «los blancos tenían opción a todos los destinos de la monarquía, [. . .] Por el talento, los méritos o la fortuna lo alcanzaban todo. Los pardos degradados hasta la condición más humillante estaban privados de todo. [. . .] La revolución les ha concedido todos los privilegios, todos los fueros, todas las ventajas».67 Así, Bolívar denunció a Piar —un hombre inestable que en otros tiempos había negado a su madre negra y se decía de noble nacimiento— por incitar a la guetra de razas en un tiempo en que la igualdad ya había sido otorgada a las gentes de color: «El general Piar mismo es una prueba irrevocable de esta igualdad». El mesurado gradual programa de reformas dirigido por los criollos era amenazado por una total subversión del orden existente, la cual, dada la ausencia de ideas, de experiencia y de organización entre los pardos, podía llevar sólo a la anarquía. Mientras que era necesario ampliar las bases de la revolución, ello no imponía la destrucción del liderazgo. «¿Quiénes son los actores de esta Revolución? ¿No son los blancos, los ricos, los títulos de Castilla y aun los jefes militares al servicio del Rey? ¿Qué principios han proclamado estos caudillos de la Revolución? Las actas del gobierno de la República son monumentos eternos de justicia y liberalidad [. . .] la libertad hasta de los esclavos que antes formaban una propiedad de los mismos ciudadanos.» Y ahora Piar intentaba desencadenar una guerra contra los criollos, simplemente «por la inevitable causa de haber nacido de un color más o menos claro. [. . .] El rastro, según Piar, es un delito y lleva consigo el decreto de vida o de muerte».68 El día siguiente a la ejecución de Piar preguntaba a los soldados del ejército libertador: «¿Nuestras armas no han roto las cadenas de los esclavos? ¿La odiosa diferencia de clases y colores no ha sido abolida para siempre? ¿Los bienes nacionales no se han mandado repartir entre vosotros? ¿No sois iguales, libres, independientes, felices y honrados? ¿Podía Piar procuraros ma- yores bienes? No, no, no».69
Bolívar era demasiado optimista, o quizás hablaba según los dictados de la política del tiempo de guerra. El problema de la raza no fue resuelto fácilmente. Desde 1815-1816 un creciente número de pardos se incorporaron al ejército de liberación: eran necesarios para cubrir las brechas abiertas en las filas patrióticas por las bajas y deserciones criollas; esos hombres estaban llenos de grandes esperanzas por la movilidad social del tiempo de guerra. A partir de entonces la estructura tradicional del ejército republicano fue transformada, y, mientras que los criollos conservaban el control militar y político, los pardos tenían mayores oportunidades para progresar en los estratos superiores y en los cargos públicos. Según un informe realista de 1815, los pardos estaban ahora totalmente militarizados, sus exigencias de igualdad se habían profundizado por cinco años de guerra, y su animosidad hacia los criollos con conciencia de raza no disminuía.70 Se urgía a la corona para que utilizara esa animosidad en su propio favor. Pero la política española continuó siendo la de apoyarse, no en los pardos, sino en las fuerzas expedicionarias de Morillo y en el sostén de los realistas criollos, para restaurar la estructura colonial de la sociedad. Hasta cierto punto, Bolívar tenía razón: los pardos tenían más que ganar con la causa republicana. Pero ¿qué ganaban los esclavos?
Bolívar era abolicionista, Decía: «Me parece una locura que en una revolución de libertad se pretenda mantener la esclavitud», y en uno de sus discursos más francos ante el Congreso de Angostura (15 de febrero de 1819) pidió que se quitara «La atroz e impía esclavitud [que] cubría con su negro manto la tierra de Venezuela».71 Pero Bolívar era también un jefe militar que necesitaba reclutas, y durante la guerra vinculó la emancipación con la conscripción, ofreciendo la manumisión de los esclavos negros a cambio del servicio militar. Los decretos del 2 de junio y del 6 de julio de 1816 proclamaban la liberación de los esclavos a condición de que se unieran a las fuerzas republicanas.72 La respuesta fue negativa. Aunque Bolívar dio la libertad a sus propios esclavos, pocos hacendados siguieron su ejemplo. La aristocracia venezolana no había abrazado la causa de la independencia para desprenderse de sus propiedades; así, los decretos de 1816 fueron ineficaces y el Congreso de Angostura hizo escaso esfuerzo por aplicarlos. Los propios esclavos no eran muy entusiastas. El libertador creía que «han perdido hasta el deseo de ser libres». La verdad es que los esclavos no tenían interés en combatir en la guerra de los criollos: «Muy pocos fueron los esclavos que quisieron aceptar la libertad en cambio de las fatigas de la guerra».73 A pesar de ello la política de Bolívar ayudó a neutralizar a los esclavos; ya no volvieron a combatir activamente contra la república como lo habían hecho en 1812-1814, y fueron desapareciendo gradualmente de la guerra como movimiento autónomo. Estaba claro que Morillo no tenía nada que ofrecerles y que, fuera lo que fuera lo que la república representaba, España significaba inequívocamente el statu quo. A medida que el ejército de Morillo aparecía cada vez más como una fuerza colonialista, fue perdiendo el apoyo popular que Boves le había conseguido y que ahora Bolívar intentaba desviar hacia la república. Y Bolívar quería el apoyo no sólo de los pardos y de los esclavos sino de un tercer grupo, los llaneros.
En enero de 1817 Morillo volvió a Venezuela, situó a sus fuerzas a lo largo de las provincias andinas, y en agosto puso sus cuarteles en Calabozo, la puerta de los llanos. Bolívar ardió en prematuro optimismo, impaciente por tomar la ofensiva. En julio habló a la aún esclavizada provincia de Caracas de las grandes victorias republicanas: «Desde las dilatadas llanuras de Casanare hasta las bocas del inmenso Orinoco, nuestros pasos han sido conducidos por la victoria. Veinte acciones gloriosas han asegurado la suerte de Venezuela».74 El propio Bolívar tomó Guayana, Mariño había liberado gran parte de Cumaná. En Maturín el general Rojas mantuvo viva la causa republicana. El general Monagas combatía a los realistas en Barcelona. Y en el sudoeste, en el valle del Apure, José Antonio Páez combatía como caudillo republicano de los llaneros. Si Páez se ponía bajo el mando de Bolívar, el libertador controlaría una vasta área desde el Oricono a los Andes. En 31 de diciembre de 1817 Bolívar dejó Angostura y, en una espectacular marcha de trescientos kilómetros, llevó a sus tres mil hombres hasta las llanuras del Apure. El 30 de enero de 1818 Bolívar y Páez se encontraron por primera vez.75
Páez era la completa antítesis de Bolívar. Procedía de Barinas, en el oeste, hijo de un pequeño empleado en el estado real; sin ninguna educación, analfabeto y sin civilizar, criado bajo el sol y la lluvia y en los pastizales de los llanos, empezó su vida como un simple vaquero sin propiedades.76 Pero, gracias a sus dotes naturales de cuerpo y de carácter, Páez se convirtió, a los veintisiete años, en el señor absoluto de los llanos. Fuerte como un buey, sanguinario, desconfiado y astuto, acompañado siempre por un gigantesco guardaespaldas negro, era un impar jefe guerrillero, rápido y resoluto, experto en la guerra a caballo y en combatir en las condiciones tropicales. Páez era más llanero que los llaneros que dirigía. Estos feroces vaqueros de los llanos, primitivos y predatorios, «todos mal vestidos y algunos casi en perfecto estado de desnudez», eran criaturas de su medio.77 Bolívar nunca entendió a los laneros. Y el propio Páez no se hacía ilusiones con respecto a ellos: «vivían y morían como hombres a quíenes no cupo otro destino que luchar con los elementos y las fieras». No respondían ní a principios ni a ideologías, y la única manera de retenerlos, como Boves había comprendido, era el saqueo. Decía Páez: «En el Bajo Apure no había sino hombres execrables, que formaban reuniones para saquear los campos, robar las casas y cometer crímenes, llegando su osadía al término de echar por delante madrinas de 500 caballos y ocultarlos para siempre. El jefe del llano tiene que halagar al soldado son socorros metálicos, para evitar las frecuentes raterías que dejan arruinadas las regiones por donde pasa un cuerpo de aquellas tropas».78 Ahora la república les ofrecía algo más que saqueo. Páez prometía una parte en las fincas tomadas al enemigo, y Bolívar confirmó su política en el decreto de 1817, ordenando que tierras de propiedad nacional fueran repartidas entre las tropas patriotas.79 De este modo los nuevos dirigentes abandonaron
la política agraria extrema de la primera república y, si no ganaron los corazones de los llaneros, satisfacieron sus estómagos.
Páez hizo de los llaneros una salvaje aunque disciplinada fuerza de lanceros. Aceptó la soberanía de Bolívar y en febrero contribuyó con mil jinetes a la fuerza conjunta de más de cuatro mil. Bolívar se movió hacia el norte y obligó a Morillo a evacuar Calabozo; quería perseguir al enemigo hasta Caracas. Pero Páez y sus llaneros no querían renunciar al botín de una acción local en San Fernando ni dejar el Apure. Páez era esencialmente un cabecilla local, enemigo de toda subordinación, que prefería su querencia en el suroeste y no podía mirar más allá de los llanos.80 Bolívar aprendió a dejar rienda suelta a Páez y sus guerreros. Pero la primera lección fue amarga. Con sus fuerzas agotadas Bolívar fue derrotado por Morillo en la batalla de Semen (16 de marzo de 1818), donde perdió más de un millar de soldados de infantería, mucho material de guerra y sus propios papeles.81 Mientras seguía retirándose, el libertador estuvo a punto de set capturado en Rincón de los Toros. El 2 de mayo Páez fue derrotado en Cojedes, y por las mismas fechas también se perdió Cumaná. De nuevo los republicanos se vieron obligados a retroceder al sur del Orinoco.
Bolívar hizo de Angostura una base desde la cual organizó la república y planificó la liberación de Venezuela. Convocó un congreso nacional (veintiséis delegados) que se celebró el 15 de febrero de 1819 y al cual presentó un esbozo de constitución.82 Su Discurso de Angostura está impregnado de una especie de absolutismo ilustrado, ilustrado por cuanto incita especialmente a la abolición de la esclavitud y a la distribución de las tierras entre las tropas, absolutista en su pensamiento constitucional. Recomendaba la constitución británica porque era «la más digna de servir de modelo a cuantos aspiran al goce de los derechos del hombre y a toda felicidad política que es compatible con nuestra frágil naturaleza». Pero reafirmaba su convicción de que las constituciones americanas debían conformarse a las condiciones americanas, y de que no se podía volver a la debilidad de la primera república. Libertad e igualdad continuaban siendo los objetivos esenciales. Pero ¿cómo podían realizarse sin sacrificar la seguridad, la propiedad y la estabilidad? Recomendaba un poder legislativo con dos cámaras, una de representantes elegidos, mientras que la otra sería un senado hereditario. El poder legislativo no debería usurpar lo que propiamente pertenecía al poder ejecutivo. Y su poder ejecutivo, aunque elegido, era poderoso y centralizado, prácticamente un rey con el nombre de presidente. El poder judicial sería independiente. A estos tres clásicos poderes, Bolívar añadía uno más por su cuenta, el poder moral. La idea estaba mal concebida y no encontró eco en sus contemporáneos, pero era típica de su búsqueda de la rectitud pública, la bondad y la ilustración, valores que consideraba tan importantes que necesitaban una institución para defenderlos. ¿No era el proyecto entero antidemocrático? El senado hereditario, uno de los más aristocráticos proyectos de Bolívar, era un intento por encontrar la estabilidad entre los extremos de tiranía y anarquía, pero este transplante de la Cámara de los Lores inglesa a América —rompiendo con su propio principio de «realidad americana»— simplemente hubiera confirmado y prolongado la estructura social señorial de Venezuela. El Congreso de Angostura eligió inmediatamente a Bolívar presidente de la república, y en agosto de 1819 adoptó una constitución que recogía muchas de sus ideas, aunque ni el senado hereditario ni el poder moral.83 Pero la nueva constitución era pura teoría, porque todavía había que ganar la guerra. Y en el frente militar Bolívar tenía una nueva y excitante visión.
Desde agosto de 1818 Bolívar se dedicó a la liberación de Nueva Granada.84 En este mes envió a Francisco de Paula Santander como gobernador y vanguardia de una gran expedición. Casanare era una provincia semidesértica, pobre y poco poblada, pero era el santuario de la independencia neogranadina, proporcionó el nucleo de otro ejército y podía convertirse en la base para una invasión de Nueva Granada. La estrategia de Bolívar suponía grandes riesgos, peto prometía una rica compensación. En Venezuela la revolución estaba en un punto muerto. En Ápure Páez había evitado hábilmente los intentos de Morillo por destruirlo. Y desde Gran Bretaña llegó una legión de mercenarios para fortalecer a las fuerzas patrióticas. Pero la república no era capaz de aplastar a los realistas. Su ejército necesitaba acción y victorias. ¿No se podían éstas conseguir más fácilmente en Nueva Granada? Allí los realistas eran más vulnerables, estando como estaban particularmente expuestos a una rápida invasión. El dominio español —que de hecho lo formaban diez mil soldados, muchos de ellos americanos y desencantados— estaba desparramado por una vasta zona entre Cartagena y Quito y totalmente ocupado en la seguridad interna. Incluso así, había riesgos. El éxito dependía de una rápida penetración hasta el corazón del poder español, y esto también significaba atravesar grandes distancias. Y detrás de él Bolívar tenía que dejar un gobierno débil y una cantidad de cabecillas semiindependientes. Pero el traslado del teatro de la guerra desde un país al otro tendría un efecto mágico y constituiría en sí mismo una rara victoria moral. Bolívar podría atraer a Morillo desde Venezuela y, si la operación tenía éxito, volver a la patria desde una posición de fuerza y con gran poder de combate. «Logramos poner a Morillo en la alternativa o de evacuar a Venezuela, para marchar al Reino, o de verse perdido enteramente éste».85
En marzo de 1819 Bolívar dejó una vez más Angostura por Apure, donde entabló una agotadora campaña contra Morillo. El 15 de mayo recibió noticias del éxito de Santander contra los realistas en Casanare. Éste era el momento de la decisión. Anunció la invasión de Nueva Granada a sus colegas el 23 de mayo en un consejo de guerra celebrado en una sencilla choza cuyos únicos asientos eran calaveras de ganado blanqueadas por la lluvia y el sol de los llanos.86 Hubo mucho escepticismo; y Páez se mostró poco dispuesto a cooperar. Pero los caudillos tenían poco que perder. Todos los riesgos eran de Bolívar. ¿Qué alternativa tenía? ¿No sería suicida permanecer un invierno en los llanos, con sus fuerzas consumidas por la fiebre amarilla y por la malaria? El 27 de mayo de 1819 el libertador dejó el Alto Apure para unirse con Santander y cruzar los Andes. Dirigió su ejército en una de las inolvidables acciones de la guerra de liberación, cuando todos los obstáculos de los años recientes —la desunión, la pobreza, los conflictos racial y social— fueron repentinamente superados por las grandes hazañas del espíritu humano y los grandes logros de la voluntad humana.
Los libertadores cruzaron el Arauca y las llanuras de Casanare en la estación de las lluvias torrenciales, con la tierra formando una avenida de corrientes, ríos, lagos y pantanos. O Leary escribió: «Durante siete días marcharon las tropas con el agua a la cintura».87 Esto era sólo el principio. Después de la fusión con Santander, el ejército conjunto de mil trescientos soldados de infantería y ochocientos de caballería vadeó más corrientes, un preludio para la ascensión de la formidable cordillera. Los hombres criados en los llanos ahora tuvieron que enfrentarse con los elevados Andes, exponiéndose, sintiéndose exhaustos y afectados del mal de la altura al cruzar por la cumbre de cinco mil metros del más duro de todo los pasos, el sombrío Páramo de Pisba. Hombres, animales y equipos se perdieron en gran número —una cuarta parte de la legión británica murió durante la marcha—, pero el 5 de julio los exhaustos supervivientes empezaron a alcanzar el otro lado de las montañas en la aldea de Socha, y los conscriptos locales fueron obligados a punta de pistola a llenar los vacíos en las filas. Gracias al liderazgo de Bolívar se había logrado realizar la hazaña, y su inspiración siguió hacia adelante. El libertador inició una serie de grandes triunfos, ganando batalla tras batalla, y coronando la campaña el 7 de agosto con la victoria —en este caso relativamente fácil— de Boyacá, donde el jefe realista coronel Barreiro
y los restos de su ejército fueron hechos prisioneros.88 El 10 de agosto Bolívar entró en Bogotá, y se encontró con que el virrey Sámano y sus oficiales habían huido. Nueva Granada fue liberada, los realistas fueron dispersados y sus tropas americanas incorporadas al ejército republicano. El gran acto de fe de Bolívar estaba justificado. Volvió a Venezuela en septiembre, dejando a Santander a cargo del recién liberado país.
La victoria en Nueva Granada fortaleció la posición de Bolívar en dos frentes: dentro de la república y contra los realistas. Ahora tenía ventaja sobre los caudillos y en el congreso. Y el 17 de diciembre de 1819 consiguió una victoria para sus ideas constitucionales cuando el Congreso de Angostura decretó la unión de Venezuela y Nueva Granada en la república de Colombia. En la primera mitad de 1820 Bolívar colocó sus bases en la región de Cúcuta en el borde entre los dos países; apoyado por una independiente Nueva Granada sostenía con razón que estaba combatiendo en una guerra entre naciones. Pero no podía reunir suficientes tropas y armas para combatir en una guerra decisiva; Páez no quería combatir fuera de los llanos; y los soldados republicanos desertaban en masa por falta de paga y de alimentos en un país que no podía mantenerlos. De esta manera Morillo continuó dominando Caracas y las tierras altas costeras. En ese momento el mando español sufrió un segundo golpe. La revolución liberal española del 1 de enero de 1820, sancionada por el ejército en Cádiz que quería evitarse el servicio en América, le dejó sin refuerzos y subvirtió su posición política; se le ordenó negociar con los patriotas sobre la base de un reconocimiento del gobierno constitucional en España. Aunque no se consiguió un acuerdo entre Morillo y Bolívar, se firmó un armisticio de seis meses el 26 de noviembre de 1820.89 Los dos hombres se entrevistaron el 27 de noviembre en Santa Ána; cuando le señalaron Bolívar a Morillo, éste dijo: «¿Cómo, aquel hombre pequeño de levita azul, con gorra de campaña y montado en una mula?».90 ¿El armisticio fue importante para Venezuela; legitimó la lucha; terminó con la guerra a muerte; y obligó a España a reconocer la existencia, si no la legalidad, del nuevo estado de Colombia. Y además algo más importante quizá: hizo que Morillo se retirara a España, dejando en su lugar al menos resuelto general La Torre y a las fuerzas de seguridad desalentadas.
El armisticio no duró seis meses. El 28 de enero de 1821 Maracaibo se sublevó contra España con connivencia republicana. El propio Bolívar consideró la paz como un medio de rearmarse. Y en abril se preparó a entrar en acción, como un verdadero libertador: «esta guerra, sin embargo, no será a muerte, ni aun regular siquiera. Será una guerra santa: se luchará por desarmar al adversario, no por destruirlo».91 Fuerzas republicanas avanzaron desde los llanos, los Andes y Maracaibo y convergieron sobre el valle de Aragua, mientras que Bermúdez avanzaba hacia Caracas desde el este en una táctica de diversión. La confrontación final se produjo en Carabobo el 24 de junio de 1821 cuando Bolívar, apoyado por Mariño y Páez, derrotó al ejército español.92 Bolsas de resistencia realista fueron eliminadas luego en Maracaibo, Coro y Cumaná, y el 10 de noviembre
Puerto Cabello se rindió. Bolívar entró en Caracas el 29 de junio y después de organizar la administración civil partió para Bogotá el 1 de agosto para llevar la revolución al sur. Era más que un venezolano. Era presidente de Colombia y un libertador que tenía que conseguir más libertades. Dejó a su respetado colega Carlos Soublette como vicepresidente de Venezuela. Pero el poder real estaba en manos de Páez, a quien inevitablemente se le dio el mando militar de la provincia, Bermúdez y Mariño recibieron altos cargos. Así los caudillos militares consiguieron su herencia y recibieron su recompensa.
IV. Nuevos amos, viejas estructuras
La guerra de liberación dejó a Venezuela convertida en una tierra baldía. Durante más de diez años, dos ejércitos combatientes habían saqueado sus recursos, consumiendo o destruyendo cultivos y ganadería. A falta de ingresos: regulares, moneda y abastecimientos, las dos partes contendientes recurrieron al pillaje de todo tipo como método normal de guerra: «los pueblos eran devastados, y acuchillados indistintamente todos los que tenían algo que robarles».93 El ambiente socioracional la convirtió en una guerra total de violencia incontrolada, agravada por las condiciones de miseria y de privaciones. El Consulado de Caracas informaba en 1816: «habrá perdido el país, entre muertos en la guerra y emigrados, sobre ochenta a cien mil individuos; que todas las haciendas de la provincia se encuentran aniquiladas, en fin, pobres y miserables, todo por los repetidos saqueos que han sufrido de unas y otras tropas».94 El consumo bélico redujo el ganado (vacas, caballos, mulas) de 4,5 millones de cabezas en 1812 a 236.000 en 1823. Monteverde sólo «sacó más de medio millón de pesos en ganados y mulas de los hatos de los americanos».95 La huida de la mano de obra agravó la situación, porque hubo escapadas de esclavos y migraciones de los campesinos. Y hubo una gran fuga de capitales: realistas, criollos y comerciantes de todos los credos enviaron capitales y tesoros fuera del país o recurrieron a la acaparación. Los valles de Aragua, Tuy y Caracas, la región de Barlovento y las tierras bajas de Valencia, antes prósperas comarcas agrícolas, eran ahora escenarios de desolación y despoblación, con nada para exportar y apenas los medios para abastecer al mercado nacional. Las exportaciones cayeron vertiginosamente entre 1810 y 1816, el cacao desde 120.000 fanegas al año a 30.000, el café desde 80.000 quintales a 20.000. Y después de la guerra la agricultura permaneció deprimida, a despecho del hecho que 320.000 pesos del empréstito colombiano fueron asignados como adelantos agrícolas a los productores venezolanos.96
Inevitablemente el tesoro público fue totalmente desorganizado por la paralización de la vida económica, en un tiempo en que las necesidades bélicas o postbélicas aumentaban los gastos. El ingreso del tabaco —la gallina de los huevos de oro en Venezuela— fue casi asesinado por la superexplotación, cayendo desde más de 1,2 millones de pesos a menos que 300.000.97 Los ingresos aduaneros se vieron reducidos por el excesivo contrabando desde las Antillas extranjeras, Había poco dinero y las medidas para incrementar la circulación mediante la emisión de papel moneda y el acuñamiento de objetos de plata fueron totalmente inadecuadas. En 1821-1830 la burocracia y el ejército fueron pagados en papel moneda o en bonos que perdían el 10 por ciento en el caso en que los propietarios lograron convertirlos en moneda real. El déficit del gobierno en 1825 era de nueve millones de pesos, y en ese año la administración vivía de un empréstito británico.98
La independencia liberó a Venezuela del monopolio colonial y la abrió al comercio internacional. El nuevo régimen respondió reduciendo o reformando los impuestos, con el objeto de conseguir los mayores ingresos de los derechos aduaneros sobre las importaciones. En vista de la deprimida economía, el limitado mercado interno y la limitación a una estrecha gama de exportaciones primarias, la libertad de comercio sirvió para incrementar la dependencia de Venezuela y perpetuar su subdesarrollo. La economía continuó apoyándose en la exportación de añil, algodón, cacao, café, cueros y tabaco, el 70-80 por ciento de los cuales iban a los países más desarrollados.99 Pero la producción sufría por la falta de inversiones de capital, la escasez de mano de obra, las pobres comunicaciones y los precios bajos en el mercado internacional.100 Así Venezuela se encontró con dificultades para comprar manufacturas importadas. Pero éstas eran prácticamente las únicas manufacturas que consumían los venezolanos, y la mayor parte de ellas procedían de Gran Bretaña.101 A pesar de las tarifas aduaneras, que oscilaban entre el 15 y el 35 por ciento, las mercancías extranjeras inundaban y abrumaban a las primitivas industrias locales. Rafael Revenga, el economista del nuevo régimen, atribuía la decadencia de la industria directamente a
[. . .] la abundante introducción de muchos artículos que antes eran la ocupación de familias pobres [. . .], por ejemplo, el jabón extranjero ha puesto ya término a las jabonerías que antes teníamos en el interior, y [. . .] ya recibimos del extranjero aún las velas que se menudean a ocho el real, y aún pabilo para las pocas que todavía
se hagan en nuestra tierra. [. . .] Es sabido que mientras más fíamos al extranjero el remedio de nuestras necesidades, más disminuimos nuestra independencia nacional; y nosotros le fiamos ahora aun el de las diarias y más urgentes.102
Revenga consideraba que Venezuela no estaba en posición para industrializarse: «Nuestro país es exclusivamente agricultor; será minero antes que fabricante; pero ha de propenderse a disminuir la dependencia en que está del extranjero».103
El crecimiento de la población en el último período colonial se detuvo temporalmente y retrocedió. La guerra a muerte inevitablemente incrementó la tasa.de mortalidad, y las pérdidas aumentaron con la emigración. La población de Caracas descendió de alrededor de 32.000 habitantes en 1810 a 11.720 en 1815.104 La de la provincia de Caracas disminuyó desde 250.278 en 1810 a 201.922 en 1816. En toda Venezuela, el número de muertos desde 1810 a 1816 alcanzó los 134.487. Entre 1810 y 1822 la población total disminuyó desde 898.043 a 767.100.105 El 80 por ciento de este número estaba concentrada en las regiones costeras y de las tierras altas, el 18 por ciento en los llanos y el 2 por ciento en Guayana. Durante la guerra la población blanca, ya en minoría, se redujo todavía más debido a las bajas y a la emigración. La composición de la aristocracia venezolana se modificó, porque soldados, comerciantes y aventureros se aprovecharon de las hostilidades para convertirse en propietarios rurales. Mientras que la atistocracia colonial se redujo en número e importancia, las grandes haciendas pasaron a manos de una nueva oligarquía, los victoriosos caudillos de la guerra de independencia que adquirieron propiedades que en muchos casos habían sido asignadas a las tropas.
Bolívar quería distribuir las tierras confiscadas y nacionales a los soldados republicanos, que veía como el pueblo en armas.106 Un decreto del 3 de septiembre de 1817 confiscó para la república las propiedades de los realistas españoles y americanos. Un mes más tarde, el 10 de octubre de 1817, promulgó la «ley sobre la repartición de los bienes nacionales entre los militares», y una serie de decretos adicionales le añadieron más detalles.107 Se aplicó principalmente a las tropas que habían combatido en los años más difíciles, 1814-1821, y estrictamente hablando no se trataba de una recompensa, sino de una retribución esencial a hombres cuyos servicios no habían sido nunca regularmente recompensados. Era una ley predeciblemente jerárquica; establecía doce rangos de receptores, que iban desde el general en jefe hasta el simple soldado; un general recibía un derecho de propiedad de veinticinco mil pesos; un coronel, uno de diez tmil; un capitán, uno de seis mil; un sargento, uno de mil, y un soldado, uno de quinientos. Bolívar no quería dividir las grandes haciendas y crear un gran número de minifundios; una hacienda podría ser cedida a un grupo de beneficiarios. Pero sus planes se vieron frustrados por la acción combinada de legisladores y oficiales. El congreso decretó que los soldados no debían ser pagados en tierra efectiva, sino en bonos, que acreditaran que el propietario recibiría tierra naciónal en una vaga fecha para después de la guerra. Los ignorantes y empobrecidos soldados fueron una presa fácil: los bonos fueron comprados por los oficiales —como Páez— y por especuladores civiles a precios ridículos, a veces a menos del 5 por ciento de su valor legal; y de este modo la mayor parte de los soldados se vieron defraudados en su derecho a la tierra. Bolívar protestó y exigió que el congreso cumpliera la ley original asignando a las tropas no bonos sino tierras.108 La injusticia lo llenó de ira, y los desórdenes lo perturbaron. Los mayores disturbios se produjeron entre los insatisfechos llaneros, entre los que se incluían desde los caudillos hasta los soldados:
Éstos no son los que Vds. conocen; son los que Vds. no conocen: hombres que han combatido largo tiempo, que se creen muy beneméritos, y humillados y miserables, y sin esperanza de coger el fruto de las adquisiciones de su lanza. Son laneros determinados, ignorantes y que nunca se creen iguales a los otros hombres que saben más o parecen mejor. Yo mismo, que siempre he estado a su cabeza, no sé aún de lo que son capaces. Los trato con una consideración suma; ni aún esta misma consideración es bastante para inspirarles la confianza y la franqueza que deben reinar entre camaradas y conciudadanos. Persuádase Vd., Gual, que estamos sobre un abismo, o más bien sobre un volcán pronto a hacer su explosión. Yo temo más la paz que la guerra.109
Los caudillos podían cuidar de sí mismos. Pero la masa de los laneros continuó insatisfecha. A mediados de 1821 recibieron un permiso ilimitado sin paga. Pronto empezaron robos y desórdenes en el Apure, mientras que los victoriosos terratenientes empezaron a extender y a organizar sus intereses.
La independencia reafirmó el poder de la clase terrateniente. La aristocracia colonial no sobrevivió enteramente, pero sus filas se rellenaron con los recién llegados plebeyos. Las haciendas confiscadas por los realistas fueron restauradas a sus dueños o descendientes, mientras que el gobierno republicano confiscaba las propiedades de sus enemigos. Algunos realistas, es verdad, se rehabilitaron, y un número de emigrados con influencia en el gobierno o en los tribunales recuperaron sus haciendas a expensas de otros candidatos más humildes a la distribución de la tierra. Pero los caudillos
republicanos con más éxito adquirieron vastas propiedades de las confiscadas y de las nacionales, en parte mediante su propio derecho, en parte comprándoles los derechos a sus tropas. Páez, Bermúdez, los hermanos Monagas, Mariño y otros se convirtieron en poderosos hacendados y fortalecieron la base política de la clase terrateniente.110 En San Pablo en los llanos del Apure, Páez estableció un inmenso hato, donde vivía como un llanero primitivo. Le dijo al embajador británico, Ker Porter, «que había comprado tres fincas, que ahora formaban el conjunto de lo que llamaba San Pablo, abarcando una extensión de cuarenta leguas de circunferencia, y que por todo ello no había pagado más que alrededor de nueve mil dólares —1.500 libras». Además de sus doce mil cabezas de ganado en San Pablo, Páez tenía también en el Apure «cientos de mulas y de caballos en tropeles [. . .] y luego cerca del río Apure poseía un establecimiento de no menor magnitud y números que el de San Pablo».111
Así pues, la victoria de 1821 produjo una transferencia en gran escala de propiedades y dio lugar a una nueva clase latifundista, sin modificar significativamente la estructura social. Pero los nuevos amos fueron en su día más listos que sus predecesores. Mientras que en el sur impidieron que los llaneros accedieran a la propiedad, no intentaron revivir la draconiana ley agraria de 1812 que había arrojado a éstos bajo las banderas de Boves. Páez decretó un nuevo «Reglamento para Hacendados y criadores del Llano» (25 de agosto de 1828). Éste continuaba la política de reivindicar la propiedad privada, prohibiendo el tránsito por los hatos sin el permiso del dueño o del administrador, y haciendo que los derechos sobre el ganado salvaje dependieran de la propiedad de la tierra. Pero el reglamento se expresaba en términos más moderados: se permitía el derecho de los pequeños rancheros sobre el ganado, y los llaneros no estaban sujetos a la degradación del trabajo forzado o a las restricciones sobre su libertad personal.112 De esta manera los llaneros fueron domados y metidos dentro de la estructura agraria del resto del país.
Latifundistas en la cumbre, esclavos en la base, la nueva Venezuela reproducía las características de la antigua. La trata de esclavos fue abolida en 1811, pero la esclavitud continuó existiendo. Bolívar dio ejemplo. Liberó a sus propios esclavos, primero a condición del servicio militar en 1814, cuando aceptaron alrededor de quince, luego incondicionalmente después de Carabobo en 1821, cuando se beneficiaron más de un centenar.113 Y repetidamente presionó al congreso para que decretara la abolición. Argüía que los gobernantes criollos y los propietarios deberían aceptar las implicaciones de la revolución, que «el ejemplo de la libertad es seductor y el de la libertad doméstica es imperioso y arrebatador», y que los republicanos «debemos triunfar por el camino de la revolución, y no por otro».114 Pero los delegados en Angostura tenían miedo de soltar a los esclavos en una sociedad libre, y después de 1821 los propietarios acabaron con la manumisión del tiempo de guerra, pese a lo pequeña que había sido. Después de la guerra, el Congreso de Cúcuta aprobó una compleja ley de manumisión (21 de julio de 1821), que permitía la liberación de los esclavos adultos; pero le faltaba fuerza y dependía de las operaciones de compensación financiadas por los impuestos, incluyendo los impuestos sobre las herencias, tributados por los propietarios; y la manumisión era administrada por comités locales compuestos por miembros de la misma clase.115 La ley de Cúcuta también preveía la liberación de todos los niños nacidos posteriormente de esclavas, con la condición de que el hijo trabajara para el propietario de su madre hasta la edad de dieciocho años; esta disposición proporcionó a los terratenientes una mano de obra barata y vinculada. De este modo la liberación se vio coartada por miedo a las consecuencias económicas y sociales. Las revueltas de esclavos de Venezuela en 1824-1827 y en Ecuador en 1825-1826 perjudicaron las perspectivas de la emancipación. La persistente tensión racial, con episodios como la revuelta del pardo almirante Padilla en 1828, llevó al propio Bolívar a hablar de «la enemistad natural de los colores» y a decir que para el estado una revuelta negra era «mil veces peor que una invasión española».116 Algunos observadores creen que en 1827 se puso de acuerdo con los gobernantes de Venezuela para no presionar
con la abolición.117 Frer. te a los intereses creados de los administradores de la manumisión y al general rechazo a pagar los impuestos de los cuales dependía la compensación, la liberación fue un lento y parcial proceso en el cual fueron liberados unos cuantos esclavos en vez de unos cientos cada año.118 La política del gobierno favorecía la manumisión gradual y la pacífica integración de los esclavos en la
sociedad, mientras que los intereses privados no querían perder su propiedad sin compensación. El 2 de octubre de 1830 el congreso publicó una nueva ley de manumisión que realmente era peor que la ley de Cúcuta, porque decretaba que la edad requerida para la manumisión de los nacidos libres era los veintiún años en lugar de los dieciocho; y en 1840 llegó a ser de veinticinco años.119 Gradualmente, sin embargo, los terratenientes venezolanos empezaron a darse cuenta que los esclavos eran una mercancía cara y poco económica, que una mano de obra más barata se podía conseguir haciendo que éstos se convirtieran en «libres» peones vinculados a las fincas por duros contratos de arriendo. En esas circunstancias la única razón del retraso de la emancipación hasta 1854 fue la ansiedad de los propietarios por procurarse el máximo de compensaciones.120
Mientras que las posibilidades de los negros apenas cambiaron con la independencia, las de los pardos tampoco fueron mucho mejores. Entablaron una lucha intensa por la igualdad con los criollos. Los pardos eran ya hombres libres, dispuestos a utilizar las vías disponibles para adquirir propiedades y educación. Formaban el más numeroso y dinámico sector de la sociedad, alrededor de la mitad de la población, y crecieron más rápidamente que otros sectores. Buscaban la libertad eliminando las tradicionales restricciones que la ley y la sociedad imponían sobre ellos, y pidieron oportunidades hasta entonces reservadas a los criollos.121 Era en los estratos superiores de los pardos donde la frustración se sentía más agudamente y la lucha por la igualdad era más insistente. Algunos de ellos tuvieron éxito y consiguieron el acceso a la educación, los cargos públicos y la situación social: «Los primeros oficiales, y dirigentes, civiles y militares, eran de esta clase».122 Así los pardos llegaron a tener verdadero interés en la revolución y a mirar con sospecha cualquier cambio constitucional —hacia la monarquía, pot ejemplo— que pudiera revivir la antigua situación social. Pero realizaron su ascensión negando a su clase y convirtiéndose en culturalmente blancos, lo que significó que el elemento más dinámico en la sociedad trabajaba, no para disolver la estructura existente, sino para entrar dentro y aprovecharse de ella. El destino de la gran masa de los pardos fue diferente. Sólo por número eran indispensables a los blancos en las guerras de independencia, especialmente después de 1815 cuando el reclutamiento entre los pardos tuvo que aumentar para compensar las pérdidas entre los criollos. Sus reclamaciones no podían ser ignoradas. Su presencia en el ejército les dio la posibilidad de la promoción militar en los cuadros medios del cuerpo de oficiales. Y consiguieron la igualdad legal, porque las leyes republicanas abolieron todos los signos externos de discriminación, viendo «sólo ciudadanos en los habitantes de todas clases, fuere cual fuere su origen o el matiz de su tez».123 Pero los nuevos gobernantes confinaron los derechos de voto y la entera ciudadanía a los propietarios, lo que hacía que la desigualdad no se basara en la ley sino en la riqueza. Los pardos querían más que eso. Bolívar advirtió: «La igualdad legal no es bastante por el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la pardocracia, que es la inclinación natural y única, para exterminio después de la clase privilegiada».124 La amenaza de la pardocracia asustaba a Bolívar: la consideraba tan abotrecible como la albocracia, o dominio blanco, que era el dogma absoluto del Perú. Y en el pesimismo de sus años finales temía que sólo excesos pudieran resultar de otorgar cualquier poder político a los pardos.
Pero los nuevos gobernantes guardaban cuidadosamente su herencia. Inmediatamente después de la independencia, en la década de 1830, la población de Venezuela era de unos novecientos mil habitantes, la mitad de los cuales eran pardos y negros libres y una cuarta parte blancos, mientras que los esclavos totalizaban entre cuarenta y cincuenta mil. Entre los blancos unas diez mil personas —terratenientes, comerciantes ticos y sus familiares y parientes— constituían la clase privilegiada, que monopolizaba el poder y las instituciones, desde la presidencia hasta los cabildos. Donde no tenían tierras controlaban los cargos públicos, y prolongaron la institución de tiempos bélicos de nombramientos de altos cargos militares que se convirtieron en meras sinecuras, ocupados por «oficiales sobre quienes sólo posa el cuidado de cobrar sus sueldos».125 La Constitución de 1830 reflejaba su poder. Para ser elector un hombre tenía que tener veintiún años, saber leer y escribir, «ser dueño de una propiedad raíz, cuya renta anual sea de cincuenta pesos, o tener una profesión, oficio o industria hábil que produzca cien pesos anuales, sin dependencia de otro en clase de sirviente doméstico o gozar de un suedo amual de ciento cincuenta pesos».126 Para los
que nada tenían, el único recurso era la delincuencia, producto de
la pobreza y ladiscriminación racial, y ciudades y campos estaban llenas de bandidos: «En las cercanías de Caracas existe una poderosa fuerza de ladrones y de negros fugitivos, La dirige un indio, que recibió el grado de coronel del rey Fernando, y su número es de cerca de dos mil hombres, bien armados y vestidos».1?7 La Vene- zuela posrevolucionaria era una sociedad violenta,
La bibliografía venezolana, según John Lynch
La independencia venezolana dispone de una rica documentación, empezando con los clásicos de la erudición en el siglo xIx: José Félix Blanco y Ramón Azpurúa, eds., Documentos para la historia de la vida pública del Libertador (14 vols., Caracas, 1875-1877); Simón B. O'Leary, ed., Memorias del general O'Leary (32 vols., Caracas, 1879- 1888); y extendiéndose hasta el Archivo del general Miranda (24 vols., Caracas, 1929-1950) para el período de preindependencia y la primera república; la Presidencia de la República, Las fuerzas armadas de Venezuela en el siglo XIX; la independencia (5 vols., Caracas, 1963), sobre el papel de las fuerzas armadas; y la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia (82 vols., Caracas, 1960-1966), que incluye una gran variedad de materiales y rebasa incluso a la Biblioteca de Mayo en cantidad. Pero la documentación venezolana está inevitablemente dominada por el tema bolivariano y éste a su vez por Vicente Lecuna, editor: Simón Bolívar, Cartas del Libertador (12 vols., Caracas, 1929-1959), la edición establecida de la correspondencia; Proclamas y discursos del Libertador (Caracas, 1939); Decretos del Libertador (3 vols., Caracas, 1961); La entrevista de Guayaquil (2 vols., Caracas, 1962-1963), el lado bolivariano de la controversia; Obras completas (3 vols., La Habana, 19502). Pedro Grases ha reunido documentación básica sobre la Constitución de Angostura en El Libertador y la Constitución de Angostura de 1819 (Caracas, 1970); y,
en un esfuerzo final de perfección, la Comisión Editora de la Sociedad Bolivariana de Venezuela viene publicando los múltiples volúmenes de los Escritos del Libertador (Caracas, 1964- ). Sucre también está siendo objeto de un monumento de erudición: Archivo de Sucre, Fundación Vicente Lecuna, Banco de Venezuela (Caracas, 1973).
El científico alemán Alexander von Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente (3 vols., Caracas, 1956) ha dejado una indeleble impresión en la historiografía del período colonial tardío. Puede ser complementado por el observador francés F. Depons, Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América meridional (2 vols., Caracas, 1960). Y hace justicia a Bolívar su benemérito y agudo ayudante irlandés, Daniel Florence O'Leary, cuyas Memorias del general Daniel Florencio O'Leary. Narración (3 vols., Caracas, 1932) son las principales memorias sobre Bolívar y la revolución del norte; y para más personales observaciones de O'Leary, véase R. A. Humphreys, ed., The «Detached recollections» of general D. F. O'Leary (Londres, 1969). Páez fue su propio cronista, dejando un importante memorial personal, José Antonio Páez, Autobiografía (2 vols., Nueva York, 1946). Venezuela ha hecho accesible importante documentación, con una impresionante introducción, sobre los problemas agrarios, Materiales para el estudio de la cuestión agraria en Venezuela (1800-1830), vol. 1, estudio preliminar por e ldoctor Germán Cartera Damas (Caracas, 1964); José Rafael Revenga, La hacienda pública de Venezuela en 1828-1830 (Caracas, 1953), fue uno de los pocos estadistas contemporáneos en advertir los peligros de la penetración económica extranjera; véase también Ildefonso Leal, ed., Documentos del Real Consulado de Caracas (Caracas, 1964); P. Venegas Filardo y P. Grases, Sociedad Económica de Amigos del País (2 vols., Caracas, 1958). Federico Brito Figueroa, Las insurrecciones de los esclavos negros en la sociedad colonial venezolana (Caracas, 1961); Miguel Acosta Saignes, Vida de los esclavos negros en Venezuela (Caracas, 1967); Pedro M. Arcaya, Insurrección de los negros de la Serranía de Coro (Caracas, 1949); 1. Leal, «La aristocracia criolla venezolana y el código negrero de 1789», Revista de Historia, 11 (1961), pp. 61-81, analizan el creciente conflicto entre blancos y gentes de color en Venezuela.
La historiografía venezolana ha sido distorsionada por su obsesión con Bolívar, como Germán Carrera Damas, El culto a Bolivar (Caracas, 1269), ha entendido muy bien. Pero al menos la obsesión no está desprovista de altos niveles de erudición, aunque la mejor biografía de Bolívar sea la de Gerhard Masur, Simón Bolívar (Albuquerque, 1948), un libro noble e imponente, producto de la erudición euto-americana por un historiador alemán educado en la tradición de Ranke, y la mejor obra de consulta la de David Bushnell, The Liberator, Simón Bolivar: man and image (Nueva York, 1970). Augusto Mijares, El libertador (Caracas, 1967), es una buena interpretación venezolana moderna. La obra del historiador español Salvador de Madariaga, Bolívar (Londres, 1952; reimpresa en 1968) no está desprovista de interés y de erudición, pero es espiritualmente antigenerosa. Vicente Lecuna, Crónica razonada de las guerras de Bolívar, (3 vols., Nueva York, 1950), es un detallado historial de la acción militar y hasta cierto punto política de Bolívar hasta Ayacucho; su Catálogo de errores y calumnias en la historia de Bolívar (3 vols., Nueva York, 1956-1958) es una hipersensible defensa de Bolívar con algún interés factual. El pensamiento político de Bolívar ha sido estudiado con algún detalle por Víctor Andrés Belaúnde, Bolivar and the political thought of tbe Spanish American revolution (Baltimore, 1938); y su pensamiento social y económico por J. L. Salcedo-Bastardo, Visión y revisión de Bolivar (Caracas, 1957). John J. Johnson, con la colaboración de Doris M. Ladd, Simón Bolívar and Spanish American independence: 1783-1830 (Princeton, 1968), proporciona una síntesis introductoria con textos.
El principal ensayo de historia contemporánea es el de José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la república de Colombia (8 vols., Bogotá, 1942-1950), por un republicano colombiano. La mejor descripción de la primera etapa de la independencia es la de Caracciolo Parra-Pérez, Historia de la Primera república de Venezuela (2 vols., Caracas, 1959), cuyo autor ha estudiado también al «libertador del este», Mariño
y la independencia de Venezuela (5 vols., Madrid, 1954-1957). Posición aparte en estas esenciales narraciones históricas la ocupa un primerizo, aunque breve, ensayo de historia social, Eloy G. González, Al margen de la epopeya (Caracas, 1946), y más recientemente un impresionante estudio de Germán Carrera Damas, Boves. Aspectos socioeconómicos de su acción histórica (Caracas, 1968), también publicado en Materíales para el estudio de la cuestión agraria en Venezuela, que atribuye el éxito del caudillo realista con los laneros a la política agraria de la república. En otras obras también, particularmente en Tres temas de historia (Caracas, 1961) e Historiografía marxista venezolana y otros temas (Caracas, 1967), Carrera Damas ha intentado identificar el contenido social de la revolución venezolana, como lo ha hecho Federico Brito Figueroa, Ensayos de historia social venezolana (Caracas, 1960); este último ha estudiado también los factores económicos en Historia económica y social de Venezuela (2 vols., Caracas, 1966). Sobre el trasfondo intelectual véase C. Parra León, Filosofía universitaria venezolana 1788-1821 (Caracas, 1934).
F. Depons, Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América meridional, 2 vols., Caracas, 1960, II, pp. 14-92; Federico Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela, 2 vols., Caracas, 1966, I, pp. 63-121.
A. von Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, 5 vols., Caracas, 1956, II, p. 244.
F. Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela, I, p. 160. El tanto por ciento restante (18,4) eran indios.
F. Brito Figueroa, La estructura económica de Venezuela colonial, Caracas, 1963, pp. 141-199.
Ibid., p. 176.
Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales, I, p. 61.
Ildefonso Leal, ed., Documentos del Real Consulado de Caracas, Caracas, 1964, pp. 15-23; E. Arcila Farías, Economía colonial de Venezuela, México, 1946, pp. 217-219.
L. Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático, Caracas, 1961, pp. 103-104.
Véase supra, p. 32.
Representación con fecha de 28 de noviembre de 1796, en F. Brito Figueroa, Las insurrecciones de los esclavos negros en la sociedad colonial venezolana, Caracas, 1961, pp. 22-23.
F. J. Bernal, «Las autoridades coloniales venezolanas ante la propaganda revolucionaria en 1795», Boletín del Archivo Nacional, XXXII (1945), pp. 65-72.
Miguel Acosta Saignes, «Los negros cimarrones de Venezuela», en El movimiento emancipador de Hispanoamérica, Actas y ponencias, Madrid, 1961, III, pp. 351-398, y Vida de los esclavos negros en Venezuela, Caracas, 1967, del mismo autor.
I. Leal, «La aristocracia criolla venezolana y el código negrero de 1789», Revista de Historia, Caracas, II (1961), pp. 61-81.
Mariano Arcaya, síndico procurador del ayuntamiento de Coro, en Brito, Insurrecciones de los esclavos negros, pp. 61-62.
Pedro M. Arcaya, Insurrección de los negros en la serranía de Coro, Caracas, 1949, p. 38; Brito, Insurrecciones de los esclavos negros, pp. 41-88.
Para Las ordenanzas véase Pedro Grases, La conspiración de Gual y España y el ideario de la independencia, Caracas, 1949, pp. 175-176.
Documento firmado por Tovar, Blanco, Ponte, Toro, Gil y otros, 4 de agosto de 1797, citado por Brito, Ensayos de historia social venezolana, Caracas, 1960, pp, 199-200.
Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Conjuración de 1808 en Caracas, Caracas, 1949.
Instituto Panamericano de Geografía e Historia, El 19 de abril de 1810, Caracas, 1957.
Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, 2 vols., BANH, números 1-2, Caracas, 1959, I, pp. 99-103.
Intendente Vicente Basadre, informe del 4 de julio de 1810, en Causas de infidencia, 2 vols., BANH, n.º 31-32, Caracas, 1960, I, p. 128.
W. S. Robertson, The life of Miranda, 2 vols., Chapel Hill, 1929.
Simón Bolívar, Proclamas y discursos del Libertador, ed. Vicente Lecuna, Caracas, 1939, p. 3.
Acta de la Independencia, en La Constitución federal de Venezuela de 1811, BANH,
n.º 6, Caracas, 1959, pp. 89-96.
Ibid., pp. 151-211; José Gil Fortoul, Historia constitucional de Venezuela, 3 vols., Caracas, 1930, I, pp. 217-240; C. Parra-Pérez, Historia de la Primera República de Venezuela, 2 vols., BANH, n.º 19-20, Caracas, 1959, II, p. 131.
Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, II, p. 95.
Constitución de 1811, IX, 203, en Constitución federal, p. 205.
Constitución de 1811, II, II, 26, ibid., pp. 159-160.
Decreto del 26 de junio de 1811, Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, II, p. 42-43.
Narciso Coll y Prat, Memoriales sobre la independencia de Venezuela, BANH, n.º 23, Caracas, 1959, pp. 59-60 y 63-67; Germán Carrera Damas, «Algunos problemas relativos a la formación del estado en da Segunda República venezolana», en Tres temas de historia, Caracas, 1961, pp. 96-100.
Manifiesto a las naciones del mundo, en Simón Bolívar, Obras completas, ed. Vicente Lecuna y Esther Barret de Nazarís, 3 vols., La Habana, 1950, III, p. 574.
Parra-Pérez, Historia de da Primera República, II, pp. 77-89 y 119.
José Domingo Díaz, Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, BANH, n.º 38, Caracas, 1961, pp. 98-99.
Para una útil aunque convencional discusión sobre las causas del colapso de la primera república, véase Parra-Pérez, Historia de la Primera República, II, pp. 465-486.
José Francisco Heredia, Memorias del regente Heredia, Madrid, 1916.
Sobre Bolívar, de una vasta bibliografía, véase Gerhard Masur, Simón Bolívar, Albuquerque, 1948, obra erudita y elocuente, la mejor biografía; Salvador de Madariaga, Bolívar, reimpresión, Londres, 1968, es una polémica antibolivariana; para una consideración más equilibrada véase Augusto Mijares, El Libertador, Caracas, 1967; Victor Andrés Belaúnde, Bolívar and the political thought of the Spanish American revolution, Baltimore, 1938, estudios sobre las ideas políticas de Bolívar en el contexto del movimiento de independencia en su conjunto; J. L. Salcedo-Bastardo, Visión y revisión de Bolívar, Caracas, 1957, especializado en los aspectos sociales y económicos del pensamiento de Bolívar; Vicente Lecuna, Crónica razonada de las guerras de Bolívar, 3 vols., Nueva York, 1950, es una detallada narración de las campañas de Bolívar; David Bushnell, The Liberator, Simón Bolívar, man and image, Nueva York, 1970, es una obra de referencia.
Carta de Jamaica, 6 de septiembre de 1815, Simón Bolívar, Cartas del Libertador, ed. Vicente Lecuna, 12 vols., Caracas, 1929-1959, I, pp. 183-184 y 190-196.
R. A. Humphreys, ed., The «Detached recollections» of general D. F. O’Leary, Londres, 1969, p. 28.
Obras completas, II, pp. 773, 1078 y 1236.
Manifiesto de Cartagena, 15 de diciembre de 1812, en Proclamas y discursos, pp. 11-22.
D. F. O’Leary, Memorias del general Daniel Florencia O’Leary. Narración, 3 vols., 1952, I, pp. 128-129.
Sobre ésta, la Campaña admirable, véase Lecuna, Crónica razonada, I, pp. 1-73.
Manifiesto a las naciones del mundo, 24 de febrero de 1814, en Proclamas y discursos, pp. 96-97.
Proclama, 8 de junio de 1813, en Proclamas y discursos, p. 31.
O’Leary, Narración, I, pp. 158-160.
Manifiesto de Carúpano, 7 de septiembre de 1814, en Proclamas y discursos, p. 112.
Ibid., p. 112; O’Leary, Narración, I, pp. 201-202.
Cristóbal Mendoza al prior del Consulado, 29 de abril de 1814, en Lecuna, «Documentos de carácter político, militar y administrativo relativos al período de la Guerra a Muerte», Boletín de la Academia Nacional de la Historia, n.º 69 (1935), p. 314.
Citado por Carrera Damas, «Segunda República», Tres temas de historia, p. 143.
O’Leary, Narración, I, pp. 195-197 y 225-236; Detached recollections, pp. 34-36.
Lecuna, Crónica razonada, I, pp. 225-285 y 333.
Para interpretaciones que dan un eran significado social de la política de Boves, véase Lecuna, Crónica razonada, I, pp. 129-130, y Juan Uslar Pietri, Historia de la rebelión popular de 1814, Caracas, 1962. Para una interpretación más realista, sobre la que se basa esta historia, véase Germán Carrera Damas, Materiales para el estudio de la cuestión agraria en Venezuela 1800-1830, vol. 1, Caracas, 1964, cuyo estudio introductorio ha sido publicado separadamente como Boves, aspectos socioeconómicos de su acción histórica, Caracas, 1968.
Carrera Damas, Cuestión agraria, pp. CXVIII-CXIX.
Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, II, pp. 143-205.
Carrera Damas, Cuestión agraria, pp. 83-84. Compárese éste con los desarrollos en la pampa argentina; véase supra, pp. 95-99.
Margaret L . Woodward, «The Spanish army and the loss of America, 1810-1824», HAHR, XLVIII (1968), pp. 586-607.
Masur, Bolívar, p. 244.
José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia, 4 vols., Besanzon, 1858, II, pp. 301-302.
O’Leary, Narración, I, pp. 297-298.
Carta de Jamaica, 6 de septiembre de 1815, en Cartas, I, pp. 183-184, 190-194 y 195-196.
Paul Verna, Pétion y Bolívar, Caracas, 1969, pp. 157-161; Lecuna, Crónica razonada, I, p. 418; Masur, Bolívar, pp. 280-286.
Masur, Bolívar, pp. 293-295.
C. Parra-Pérez, Mariño y la independencia de Venezuela, 5 vols., Madrid, 1954-57, II, pp. 141-142, 170-178 y 207-227.
José Domingo Díaz, Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, p. 336.
Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 36-58.
O’Leary, Narración, I, pp. 408 y 432-439; véase también Parra-Pérez, Mariño, II, pp. 385 y 389-420; Masur, Bolívar, p. 311.
Obras completas, II, pp. 773 y 1105.
Manifiesto al pueblo de Venezuela, 5 de agosto de 1817, en Proclamas y discursos, pp. 160-167.
Proclama, 17 de octubre de 1817, en Proclamas y discursos, pp. 170-171.
Despacho de José Ceballos, 22 de julio de 1815, en James F. King, «A royalist view of the colored castes in the Venezuelan war of independence», HAHR, XXXIII (1953), pp. 526-537.
Obras completas, I, p. 435; véase Salcedo-Bastardo, op. cit., pp. 105 y ss.
Proclamas y discursos, pp. 148-149 y 150-151; Simón Bolívar, Decretos del Libertador, 3 vols., Caracas, 1961, I, pp. 55-56.
José de Austria, Bosquejo de la historia militar de Venezuela, 2 vols., BANH, n.º 29-30, Caracas, 1960, II, p. 448.
Proclama, 17 de julio de 1817, en Proclamas y discursos, pp. 157-158.
O’Leary, Narración, I, pp. 451-452; Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 122- 130.
José Antonio Páez, Autobiografía del general Páez, 2 vols., Nueva York, 1946, I, p. 139.
O’Leary, Detached recollections, p. 20.
Páez, Autobiografía, I, p. 7; Correspondencia de Páez, septiembre de 1819 y enero de 1820, en Eloy G. González, Al margen de la epopeya, Caracas, 1946, p. 67.
Véase infra, pp. 248-249.
O’Leary, Narración, I, p. 461; Bolívar a Brion, 15 de mayo de 1818, Cartas, II, p. 8.
O’Leary, Detached recollections, p. 39; Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 144-159.
Discurso de Angostura, 15 de febrero de 1819, en Proclamas y discursos, pp. 202-235; O’Leary, Narración, I, pp. 495-528. Para una documentación más amplia sobre la Constitución de Angostura, véase Pedro Grases, ed., El Libertador y la Constitución de Angostura en 1819, Caracas, 1970.
Gil Fortoul, op. cit., I, pp. 381-399.
F. Montenegro y Colón, Historia de Venezuela, 2 vols., BANH, n.º 26-27, Caracas, 1959-1960, II, pp, 2-10; O’Leary, Narración, I, pp. 545-546; Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 300-302; Masur, Bolívar, pp. 366-370; J. Nucete-Sardi y otros, La campaña libertadora de 1819, Caracas, 1969, I, pp. 3-25.
Bolívar a Páez, 19 de agosto de 1818, en Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 233-234.
O’Leary, Detached recollections, pp. 21-22 y 54.
O’Leary, Narración, I, p. 555; véase también Alfred Hasbrouck, Foreign legionaries in the liberation of Spanish South America, Nueva York, 1928, pp. 190-217.
Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 307-349; Nucete-Sardi, op., cit., pp. 73-233; sobre la liberación de Nueva Granada en su contexto, véase infra, pp. 273-275.
Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 463-466.
O’Leary, Narración, II, p. 58.
Proclama del 17 de abril de 1821, en Proclamas y discursos, pp. 256-257.
O’Leary, Narración, II, pp. 79-92; Lecuna, Crónica razonada, III, pp. 14-52.
J. M. Oropeza a D. Franco, 18 de junio de 1814, en Restrepo, Historia de la revolución, II, p. 271.
Consulado de Caracas, sesión del 27 de mayo de 1816, en Leal, Documentos del Real Consulado de Caracas, p. 184.
Gazeta de Caracas, 6 de diciembre de 1814, en Brito, Historia económica y social de Venezuela, I, p. 221.
David Bushnell, The Santander regime in Gran Colombia, Newark, Del., 1954, pp. 119-120 y 129.
Carrera Damas, Cuestión agraria, pp. LIX-LXXIII.
Sir Robert Ker Porter, Caracas diary, ed. W. Dupouy, Caracas, 1966, 1 de marzo de 1826, pp. 69-70.
Tupper a Canning, 21 de febrero de 1824, en R. A. Humphreys, ed., British consular reports on the trade and politics of Latin America 1824-1826, Londres, 1940, pp. 273-277.
José Rafael Revenga, La hacienda pública de Venezuela en 1828-1830, Caracas, 1950, pp. 231-232, informe del 22 de agosto de 1829.
Ker Porter, Diary, 8 de diciembre de 1825, p. 34.
Revenga, 5 de mayo de 1829, Hacienda pública de Venezuela, pp. 95-96.
Revenga, 7 de agosto de 1829, ibid., p. 203.
Consulado de Caracas, 14 de enero de 1815, en Leal, Documentos del Real Consulado de Caracas, p. 180.
Brito, Historia económica y social de Venezuela, I, p. 259.
Salcedo-Bastardo, op. cit., pp. 185-197; Lecuna, Crónica razonada, II, pp. 83-84; Bushnell, Santander regime, pp. 276-279.
Decretos del Libertador, I, pp. 89-92; Brito, Historia económica y social de Venezuela, II, pp. 207-209.
Bolívar a Santander, 30 de mayo de 1820, en Cartas, I, pp. 229-230.
Bolívar a Gual, 24 de mayo de 1821, en Cartas, II, pp. 348-349.
Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático, pp. 106-107.
Ker Porter, Diary, 11-12 de noviembre de 1832, pp. 674-689 y 698.
Carrera Damas, Cuestión agraria, pp. CII-CXVI.
O’Leary, Detached recollections, p. 31; véase supra, pp. 238-239.
Bolívar a Santander, 30 de mayo de 1820, en Cartas, I, p. 180.
Harold H. Bierck, «The strugele for abolition in Gran Colombia», HAHR, XXXII (1953), pp. 365-386. Había alrededor de cuarenta mil esclavos en Venezuela.
Bolívar a Páez, 26 de noviembre de 1827, a Briceño Méndez, 7 de mayo de 1828, en Cartas, VII, pp. 85 y 257.
Sutherland a Bidwell, 18 de diciembre de 1827, P. R. O., F. O. 18/46.
Revenga, Hacienda pública de Venezuela, p. 106.
John V. Lombardi, «Manumission, manumisos, and aprendizaje in republican Venezuela», HAHR, XLIX (1969), pp. 656-678.
Brito, «Estructura económica de Venezuela en 1830-1848», en Ensayos de historia social venezolana, pp. 252-258.
Germán Carrera Damas, «Para un esquema sobre la participación de las clases populares en el movimiento nacional de independencia en Venezuela a comienzos del siglo XIX», en Historiografía marxista venezolana y otros temas, Caracas, 1967, p. 86.
Sutherland a Bidwell, 28 de julio de 1827, Maracaibo, P. R. O., F. O. 18/46.
Sutherland a Canning, 11 de marzo de 1824, P. R. O., F. O. 18/8.
Bolívar a Santander, 7 de abril de 1825, en Cartas, IV, p. 307.
Revenga, 27 de junio de 1829, Hacienda pública de Venezuela, p. 157.
Constitución de 1830, V, 14, VII, 27, Luis Mariñas Otero, ed., Las comstituciones de Venezuela, Madrid, 1965, pp. 223-227.